Antes, las personas entregaban sus dilemas morales a un Dios para que él, “en su infinita sabiduría” -como dice la jerga religiosa-, les indicara qué rumbo tomar.
La responsabilidad última de la decisión no estaba en el individuo, sino en ese Ser Supremo que inclinaba la balanza hacia uno u otro lado. El resultado de aquella decisión era, por supuesto, aceptado y dado por bueno. Había el convencimiento de que existía un Orden Divino que era perfecto y que, además, era gobernado por valores inmutables que regían para todo el mundo.
En un mundo secular como el actual, donde la creencia en un Dios y en un Orden Divino es cuestionada, las personas han comenzado a ver que la responsabilidad de sus decisiones ya no radica en un Ser Supremo, sino que es enteramente suya.
Esta nueva certeza ha creado angustia en las personas porque no han quedado con otra opción que la de asumir obligadamente la responsabilidad de sus actos. Si los resultados de sus decisiones son negativos ya no pueden escurrir el bulto asegurando que todo aquello fue voluntad de un Dios.
Privados de esa coartada, las personas en esta era secular han decidido tomar una posición defensiva: por miedo a errar y producir costos que no desean asumir, una vasta mayoría de gente ha renunciado a su derecho a decidir u optar. Esta es la tesis central de “All Things Shinning”, libro escrito por Hubert Dreyfus y Sean Dorrance Kelly, filósofos de Berkeley y Harvard, respectivamente.
La corrección política y la cultura ‘light’ son los signos inequívocos de esa alergia que produce tomar partido por algo o por alguien. Es que la mayoría de personas prefiere no tener opiniones políticas y rehúye los debates cuando sospecha que son “demasiado intensos”.
Detrás de aquella actitud hay un deseo correcto por desmarcarse de cualquier actitud fanática pero, de otro lado, hay también una triste incapacidad para involucrarse con causas legítimas que puedan ayudar a otros y ellos mismos.
Para evitar polémicas o debates que pudieran resultar muy “intensos”, demasiadas personas han preferido sumergirse en la cultura del entretenimiento. Banalizar todo y ensalzar el hedonismo. Adoptar una mirada despreocupada hacia todo lo que suceda, siempre y cuando la vida a su alrededor transcurra con relativa calma.
Esa dificultad que tenemos las personas para tomar decisiones y elegir -por nuestra propia cuenta y riesgo- ideas y acciones concretas ha tornado la vida política, y el debate social en general, en campo propicio para las verdades a medias. La campaña que está por terminar es una muestra evidente de aquello. Como pocas veces en la historia de nuestra democracia los ciudadanos van a votar sin haber visto un solo debate de ideas y propuestas.