Largo ha sido el proceso por el cual América Latina ha logrado, al fin, percibirse en su propia temporalidad, descubrirse en ese desenterrado –y aún borroso- espejo de su temporalidad histórica. Para ello, ha debido transcurrir medio milenio: desde 1492 hasta finales del siglo XX. Entrampados en ciencia extraña, los latinoamericanos hemos sido repetidores cómodos e infecundos de un pensar ajeno al momento de imaginarnos como pueblo y como cultura. Para ello, nuestras pautas no han sido otras que las categorías de pensamiento y valoración que Europa nos legara como parte de un proceso colonizador. Una vez lograda la Independencia nuestros historiadores, filósofos, literatos y artistas no hallaron el camino para alcanzar eso que Alberdi llamó“la independencia mental”, pues no dejaron de explicar la realidad de este Continente sino desde un “locus” epistemológico europeo. Esta inversión óptica es lo que llamo “explicarnos con pensamiento ajeno”. Se demuestra en la forma como, desde el siglo XIX, los historiadores han explicado los grandes períodos de evolución de estos pueblos: descubrimiento, conquista, colonia, independencia, república. Una historia en la que, en gran parte, la protagonista es Europa.
Toda filosofía es siempre filosofía de un tiempo, de un lugar, sabiduría con la que un pueblo interpreta su ser y su circunstancia. ¿Cómo intentar saber quiénes somos con esta manía de vivir de fiado, de cubrirnos con atuendos ajenos que en vez de revelarnos nos tergiversan, nos enmascaran? La visión que tenemos de nosotros ha partido de un pensamiento prestado, rara vez original; ciencia impropia, proyectos de otros pueblos, con evoluciones distintas, con experiencias y valores que no se compaginan a los nuestros. No es extraño que al buscarnos en espejos distantes no nos hallemos. La inautenticidad prevalece; la mascarada prima. Es nuestra soledad esencial, orfandad existencial.
José Gaos decía que “quizás la única manera de que una filosofía sea universal estribe en que sea lo más nacional posible”. Esta aspiración a la universalidad del conocimiento deberá partir de la observación concreta del ser del hombre latinoamericano. Todo ser encierra en sí lo genérico y si hablamos de pueblos, éstos en su particular situación espacio-temporal participarán de la historia universal y, a su vez, lo universal no puede concebirse sino desde un contexto concreto. ¿Desde cuáles conceptos nos referimos a nuestra particularidad? Pueblo, indio, castellanidad, africanidad, multiculturalidad, mestizaje, andino, amazónico, caribeño, tropicalismo, biodiversidad, democracia, caos, revolución, Nuestra América. Lo regional no es lo parroquiano ni lo aldeano; es punto de referencia para lo universal.