Cuando se dio a conocer oficialmente la visita pastoral del papa Francisco al Ecuador quedó registrada una frase del arzobispo de Quito, Fausto Trávez: “La llegada del Santo Padre a Ecuador es una oportunidad para que todos nos manifestemos unidos como Iglesia, Estado, Municipio y demostremos al mundo y al Papa que en Ecuador sí nos llevamos bien”. ¿Por qué la advertencia era tan necesaria? Un clérigo observa con más nitidez el comportamiento de la sociedad, pero especialmente el de los políticos.
Poder, ego y política no se pueden separar. Pero tiene que venir de Roma el hombre más poderoso e influyente del mundo para que por lo menos sintamos, en cuatro días, lo que son la paz, el amor, la dignidad y el significado de estas dos palabras: humano y humilde.
Si los políticos se tomaran la molestia de dejar de ver tanta televisión y leyeran un poco más se darían cuenta, primero que nada, del origen del nombre Francisco, escogido por Jorge Mario Bergoglio para ocupar el sillón pontificio. No lo adoptó porque abrió la guía telefónica, cerró los ojos y apuntó con el dedo.
Con una sabiduría y conocimientos profundos, Bergoglio entendió que para cumplir una función tan delicada, que implicaba predicar el evangelio a millones de cristianos en el mundo, tenía que hacerlo desde abajo y no desde el trono.
Para lograr ese objetivo no necesitaba colocarse una tiara, una corona que usaban los papas y que por humildad dejó de usarla Pablo VI. Él usa un gorro blanco y sencillo, conocido como solideo, el que se le voló con el viento apenas salió del avión en Tababela.
La lección que deja es que un hombre tan poderoso no necesita de una corona para diferenciarse de los demás. Si no lo notaron, los desplazamientos en un Fiat Idea y en un papamóvil sin blindaje fueron mensajes de humildad, pero algunos no lo vieron así.
La humildad la aprendió de san Francisco de Asís (1182-1226), un religioso italiano que fundó la orden que lleva su nombre y cuya misión en la tierra fue la de servir a los más pobres.
Hijo de un adinerado comerciante, Francisco de Asís prefirió renunciar a los lujos que da el dinero para dedicarse a tiempo completo al trabajo pastoral con los más pobres. Vivió en un hospital que asilaba a personas con lepra, que en ese entonces era considerada una de las enfermedades más denigrantes de la humanidad.
El papa Francisco vino al Ecuador y nos dejó una tremenda enseñanza de humildad, pero también de amor al prójimo. No vino a decirnos quién tiene la razón en materia de economía o de política; sin embargo, apenas la nave que lo llevó a Bolivia despegó de Tababela, comenzó el baratillo de opiniones subjetivas sobre qué quiso decir en cada uno de sus mensajes. El papa Francisco vino a sembrar amor. Por eso, seamos coherentes en política y no cosechemos odio.