@flarenasec
La historia musical narra que ‘La sonata a Kreutzer’ para piano y violín, la numero 9 del catálogo de las 32 escritas por Ludwig van Beethoven (1770-1827), fue dedicada al mejor violinista de la época, el francés Rudolphe Kreutzer, quien al recibirla le pareció “intocable”, incluso se permitió comentar que “Beethoven no comprende el violín”. Kreutzer murió en 1831 y nunca le dio la gana de tocar esa sonata que los expertos consideran como una de las grandes obras del maestro alemán. Hacia el final del siglo XIX, el gran escritor ruso León Tolstói (1828-1910) escribió una novela con el nombre de la obra de Beethoven. El libro tuvo muchos tropiezos antes de ser publicado, la censura moralista de la época lo consideraba pecaminoso por abordar con crudeza los celos y el adulterio.
En el libro ‘Los Románov 1613-1918’, de Simon Sebag Montefiore, se menciona la prohibición de los zares para que el libro circule libremente, pese a que Tolstói era reconocido entonces como un orgullo de la literatura rusa, al igual que Pushkin y Dostoievski. En 1860 el escritor había comenzado un relato que tituló ‘El asesino de su mujer’, que dejó sin terminar, pero fue el germen de ‘La sonata a Kreutzer’. La nota preliminar del libro refiere que el actor dramático Andreiev Burlak narró a Tolstói que escuchó en el tren a un viajero que había asesinado a su mujer por celos. Tolstói publicó la obra en 1891, dos o tres años después de que escuchó la sonata, la opus 47 de toda la obra musical de Beethoven. La novela comienza con una cita del libro de San Mateo: “Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella en su corazón”.
Los personajes: Pozdnyshev, un hombre desquiciado por los celos que relata el asesinato de su esposa; Liza, su esposa, una pianista; y el violinista Trujachevsky, el supuesto amante (supuesto porque la novela no es explícita si realmente hubo adulterio) que había estudiado en París. Pozdnyshev admite que era perseguido por arrebatos animales y que quiso asesinar al violinista o a cualquier otro, porque la patología de los celos era inevitable. “Todos los maridos que viven como vivía yo deben entregarse a la depravación, separarse, suicidarse o matar a sus mujeres” (esta debió ser tal vez la parte más cruda del relato censurado por los zares).
Liza y Trujachevsky tocaron ‘La sonata a Kreutzer’ en una reunión familiar y con invitados. Tal vez también la tocaron durante la ausencia de Pozdnyshev, que luego admitiría que, al contrario de lo que puede sentir cualquier melómano, en su caso la obra de Beethoven lo subyugó. El celoso esposo, que regresó a su casa antes de lo previsto, encontró a su cónyuge y al músico en el comedor de la casa. La excusa al ver la entrada sorpresiva del marido fue: “estábamos haciendo música”.