Al conocer la magnitud del desastre que azotó a nuestro país el sábado 16 de abril, el alma ecuatoriana que se consideraba dividida por la prédica consuetudinaria de la confrontación, emergió en toda su simple grandeza. Con una sola voz y una sola actitud, la solidaridad entre los habitantes de esta geografía azotada por las furias telúricas se hizo presente. Detrás quedaron las divergencias políticas, las desigualdades económicas, las concepciones ideológicas. El dolor de las víctimas se sintió en todas partes, nos afectó a todos y, así, renovada por el fuego purificador de la tragedia, emergió la auténtica personalidad del pueblo.
El Fiscal General en los juicios de Núremberg decía que una de las formas de la maldad suprema es la “falta de empatía”, es decir la incapacidad de sentir lo que siente el prójimo, de sufrir con él y de mirar al mundo a través de los ojos de las víctimas. El pueblo ecuatoriano acaba de dar muestras de la virtud opuesta. Todos nos hemos colocado en el lugar de los azotados por el terremoto y hemos sufrido con ellos, hemos sentido con ellos y, por eso, la solidaridad, como máxima expresión de empatía, se hizo presente desde el primer momento.
Sabiamente, el pueblo reaccionó en cabal aplicación de ese proverbio latino: Primum vivere deinde hilosophare. Vivir primero, filosofar después. Comprendió que había que dar primacía a la vida y trabajar en reconocimiento de la importancia de lo usual, de lo que pasa cada día. Pospuesta la filosofía, el pueblo salió en rescate de la vida que aún latía en los escombros, en apoyo a los que al vivir estaban ya filosofando con optimismo, de la manera más pragmática y heroica.
Muchos han elogiado, con razón, el espíritu solidario de nuestro pueblo. Poco importa que esa solidaridad no haya sido inicialmente organizada. Su verdadero valor fue precisamente ese, ser espontánea, instintiva, nacida en las profundidades del alma, producto de la identificación de los ecuatorianos con las víctimas de la tragedia. Administrar la solidaridad no es menester que corresponda al pueblo sino a las autoridades llamadas a asegurar la eficacia de la expresiones del espíritu popular.
Las fuerzas naturales segaron cientos de vidas humanas y destruyeron miles de bienes materiales. Las primeras son irreemplazables, los segundos pueden recuperarse. Que las autoridades no caigan en la tentación de buscar el reconocimiento público por la labor que les corresponde llevar a cabo, que no pretendan encontrar réditos políticos colaterales en la tarea de la reconstrucción. Que piensen, simplemente, mirando el sufrimiento y el caos, que hay que sacar cuanto antes a esas poblaciones que han perdido todo, del infierno de la incertidumbre y la desesperanza.
Para eso, todos los ecuatorianos nos hemos declarado solidarios.
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