Por su posición geográfica en la mitad de la línea imaginaria que marca los dos hemisferios, Ecuador tiene solo dos estaciones: el invierno y el verano. La gran diferencia entre ellas es la presencia de lluvias en la temporada invernal y la escasez absoluta de agua en la veraniega. Se sabe que en el verano la vegetación se seca y por eso es la estación más proclive a los incendios forestales.
No es ninguna novedad entonces que todos los años se produzcan incendios, que se quemen miles de hectáreas de bosques y que Quito, de un cielo siempre azul y limpio, pase a un amarillento que huele a humo a ciertas horas del día cuando los vientos soplan muy fuerte.
En años anteriores, al igual que en este, y casi siempre en septiembre y octubre, cuando las lluvias se retrasan en llegar, comienzan los incendios, la mayoría, según la información oficial, provocados por pirómanos que, como todos sabemos, es una tendencia patológica a la provocación de incendios.
La gran diferencia este año ha sido que murieron tres bomberos, tres jóvenes en la plenitud de sus vidas, que tienen familia y escogieron este oficio, uno de los de mayor riesgo, y que requiere de enorme sacrificio para desempeñarlo. Fieles a su misión, los tres fallecidos trabajaban intensamente para controlar uno de los peores incendios de la temporada registrado en Puembo. Murieron asfixiados y quemados.
En este caso no se trató de un acto de piromanía, pero los causantes del fuego cometieron un acto de negligencia al quemar basura, sin pensar que en las condiciones de absoluta sequía de los bosques basta una chispa para que en segundos se queme la seca vegetación y que el fuego se propague sin ningún control pese al intento de los bomberos y de los helicópteros que regaban agua sobre el foco del incendio.
Este año, así como el anterior, se ha salvado el parque Metropolitano y eso es positivo. Se abrieron caminos en varias vías para facilitar el ingreso de motobombas y hay mayor patrullaje. Se pudo observar a brigadas de recogedores de papeles, cartones, botellas plásticas y de vidrio que la gente arroja sobre la maleza seca y que en caso de un incendio se convierte en un poderoso combustible que ayuda a que el incendio tome fuerza.
Decenas de bolsas plásticas que contenían toda esa basura fueron recogidas durante la semana anterior. Parece increíble que algunos usuarios de uno de los mejores parques que tiene Quito sean tan irresponsables.
Deberíamos dejarnos de tanto consentimiento y contemplación, aplicar sanciones o exigir a la gente que no arroje basura (muchas veces por pereza de caminar unos pocos metros y dejarla en los depósitos correspondientes). ¿Qué tal si a los jóvenes que prendieron fuego en el cerro Auqui se los obligaba a que ayuden a los bomberos en esa esforzada tarea de apagar el fuego?