Veo que se insiste en que la educación en nuestro país debe volver a ser humanista. Como era antes, cuando en escuelas y colegios se enseñaba Moral y Cívica, la Historia a nivel universal al igual que la Literatura, Lógica y Ética, pues de lo que se trataba era de formar ciudadanos responsables y cultos. Muy de corte tradicional, digamos.
Cuando Ramón y Cajal recibió el Premio Nobel en Ciencias, el ilustre historiador Laín Entralgo calificó el suceso como de “ortus ex nihilo” (una flor en el desierto).
En Argentina, el eminente maestro Don Domingo F. Sarmiento a finales del siglo XIX fundó la base educacional más prometedora para el desarrollo económico: un programa comprensivo de educación popular y el cultivo de las ciencias, lo cual le permitió a su país iniciar la era moderna seguro de sí mismo, poderosas las raíces de su identidad. Un proceso educativo revolucionario, del que salieron tres premios Nobel en Ciencias: Houssay, Leloir, Milstein. Argentina, en apenas 40 años, llegó a ser uno de los 10 países más prósperos del mundo, el único que supo lo que es capitalizarse en nuestras latitudes. Luego vinieron los bárbaros, los humanistas (lo digo con pena), y también los revolucionarios con su final trágico y estéril, el Che Guevara. De rodillas cuando la Guerra de las Malvinas. Hoy en el plan de recuperarse.
En cuanto a nosotros, era de esperarse que al menos en letras tuviéramos alguien que nos representara en el ‘boom’ latinoamericano. Tuvimos uno: un personaje imaginario, Marcelo Chiriboga, creación de dos grandes escritores que nos querían bien. En nuestro desventurado país, hasta hace poco, tan solo por humanidad, por aquel humanismo inculcado en los centros de enseñanza, los derechos básicos del hombre y del ciudadano no debieron caer tan bajo como esos niveles inhumanos de Haití y los países subsaharianos.
Ante el terror que me produce volver a lo de antes se me ha dado por las ensoñaciones. El Quijote volvió a España cabizbajo, como avergonzado. Retornó a América en el plan de ‘desfacer entuertos’, sereno, equilibrado, convencido de que es bueno saber las nuevas escrituras, las de los libros de física, biología, química y matemática, y al paso una buena novela. Convencido que las ruedas de molino tan solo trituran el trigo pero no intervienen en su producción. Aventurero como es, ha decidido sumarse a una gran aventura, la de quienes luchan por salir del subdesarrollo, fuente de todas las injusticias. En cuanto a Sancho se ha mantenido como Gobernador eterno de la ‘ínsula barataria’; lo he visto desconcertado: nunca pudo imaginar que a la isla de paz sus descendientes la convertirían en el paraíso de unos pocos y en yermo para los más. En mi ensoñación, Sancho ya no puede con su alma, y lo único que le queda es sumarse a los humanistas que pululan por ahí.