Los problemas actuales son tan apremiantes y las sociedades tan exigentes que los gobernantes aplazan las decisiones cuanto pueden y dejan crecer los problemas, a veces hasta que se tornan insolubles.
Tenemos a la vista casos como el de Cataluña, donde los diputados, incapaces de negociar y formar gobierno han detenido los plazos sine die.
El ejemplo más lacerante de aplazamiento de las soluciones es el de Venezuela; Maduro ya no puede hacer nada útil; solo está interesado en durar, mantenerse en el poder mediante desatinos, abusos y torpezas. Qué envidia provocan países como Alemania donde tan expeditamente los adversarios políticos han acordado un gobierno de coalición que garantizará estabilidad y prosperidad.
A los nueve meses de gobierno, los ecuatorianos no sabemos qué será de nosotros, a pesar de la consulta. Los pueblos son ahora exigentes y saben que tienen el arma que más temen los políticos: el índice de popularidad. Aun así, el pueblo no es el más influyente en las decisiones de gobierno.
Todo Presidente está rodado de varios círculos de poder, el primero de familiares y amigos; el segundo de los colaboradores más cercanos; luego está el de los compañeros de partido; más alejado el de los legisladores amigos y enemigos; luego el círculo de los jueces y funcionarios de control; después los opositores y siguen los gremios organizados, los sindicatos y organizaciones populares; y otros círculos que solo conocen quienes han estado en las cercanías de los gobiernos.
Todos influyen activa o pasivamente en las decisiones y no se puede satisfacer a todos. Unos dirán que no hay que endeudarse para alcanzar una economía sustentable, otros pensarán que lo mejor es obtener nuevos préstamos para evitar desempleo y mover la economía. Unos consideran que la solución está en alentar a la empresa privada facilitando su actividad y buscando acuerdos internacionales; otros creen que un gobierno de izquierda que se respeta no puede entregarse a los empresarios que son la derecha. Así podemos seguir constatando las propuestas y sus opuestos.
El gobierno genera una imagen confusa. La lucha contra la corrupción, el vicepresidente en prisión, la división del partido Alianza País, la jubilación del caudillo, la reducción de las tensiones con un discurso conciliador, el acercamiento a los gremios empresariales, la posibilidad de mejorar las relaciones con Estados Unidos, generan la imagen de agilidad y cambios.
La permanencia de los funcionarios del sector económico y sus políticas, la continuación de un endeudamiento agresivo, el apoyo a gobiernos dictatoriales como el de Nicolás Maduro, declaraciones que reproducen el viejo discurso socialista y otras señales generan la imagen de inmovilismo. El presidente Lenin Moreno todavía necesita mostrar en qué se diferencia realmente de Rafael Correa, necesita algo más que un cambio de estilo.