Con un refrán publicado en un diario extranjero, el presidente Lenin Moreno dio de baja al Inquisidor Ochoa y explicó el origen de su inutilidad: debía ser orientador para mejorar el trabajo de los periodistas, pero solo fue inquisidor y sancionador. Sin embargo, se aferra a su cargo, como los fundamentalistas de la revolución ciudadana que peor han terminado. Les faltó el decoro de retirarse a tiempo.
Pasó lo mismo con el presidente de Consejo Directivo del IESS; no se ahorró el último daño que fue obligar al Presidente a mostrarle lealtad por encima de la destitución del órgano de control. La elegancia de una retirada decorosa no han exhibido tampoco el ex Presidente, ni el Vicepresidente que se niega a retirarse incluso después de la sentencia judicial en su contra. El problema de los políticos que no saben cuándo retirarse es que pasan por el bochorno de que se les muestre la puerta de salida, que suele ser la puerta trasera.
Estas conductas poco decorosas de los políticos parecen de secundaria importancia pero se convierten en problema nacional cuando se generalizan y se reproducen en los partidos y en las instituciones. Si cada funcionario se atrinchera en su propio interés, ¿cómo puede hablarse de interés público y peor de construir un nuevo modelo económico y político para el país?
Vivimos un período extraño en el que alargamos los días a la espera de una consulta popular que creemos dotada de poderes mágicos. Nadie quiere hacer observaciones al gobierno porque pueden afectar a la consulta, todos parecen sometidos al pacto de no moverse hasta que pase la consulta.
Claro, se debe a que estamos persuadidos de que la victoria en la consulta le permitirá al gobierno, construir un nuevo modelo económico, reconstruir la institucionalidad y recuperar las libertades. Pero no es exactamente lo que se nos ha ofrecido ni nos preguntamos si será posible, incluso en el caso de que así fuese.
Mientras nos mantenemos quietos a la espera del mágico Febrero, cada sector, casi cada persona, se hace su propio escenario de lo que debe ocurrir a partir de la victoria. Yo imagino un Presidente declarando un período de transición con pasos concretos y plazos definidos.
Un gobierno de unidad nacional con los mejores ecuatorianos, al margen de ideologías y partidos, para caminar en dirección de un proyecto nacional que imagino se está ya pensando y diseñando.
Me sobresalto con el temor de que el gobierno también esté quieto y no tenga nada previsto.
Que después de la victoria se proponga la reconstrucción de un partido muerto, emporcado en la corrupción y roto en pedazos; que reemplace a los revolucionarios por los conversos; que siga paralizado con el miedo a bajar en los índices de popularidad, sin pensar que los votos no serán del gobierno, sino en contra de la década perdida y a favor de un proyecto nacional.