En octubre de 2005, un periodista preguntó a José Saramago: ¿qué opina usted de las izquierdas latinoamericanas? A lo que el escritor, un comunista de toda la vida, respondió con inusitada crudeza: “La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en qué vive”. La izquierda así vapuleada por uno de sus más connotados partidarios, se hizo la desentendida.
Cuando se habla de izquierda existe un acuerdo en el sentido de que se trata de una tendencia política que busca construir una sociedad laica, igualitaria, progresista e intercultural sustentada en los valores de libertad, justicia social, equidad y tolerancia. La izquierda propugna la superación del pasado mediante un cambio de las estructuras económicas y sociales, cambio indispensable para alcanzar la mayor igualdad posible entre los estamentos de la sociedad. Pero, al interior de la izquierda existen varias tendencias, unas moderadas (la social democracia por ejemplo) que busca salvaguardar las libertades individuales y otras radicales (los socialismos) que utilizan métodos violentos para alcanzar sus fines.
Dentro de las izquierdas radicales se alinean los regímenes que coartan la libertad del pueblo, suprimen la propiedad privada, ejercen un control ideológico, suspenden los derechos fundamentales de los ciudadanos. Son gobiernos populistas y dictatoriales que dicen instaurar “revoluciones”, lo que equivale a establecer el reino de la arbitrariedad y el abuso. Su fin es eternizarse en el poder; sus medios: cambiar la constitución, erigir el dogma autoritario encarnado en la figura de un caudillo. Así, los principios éticos y humanistas de la verdadera izquierda naufragan en el fango de la corrupción generalizada.
Por ello, cuando alguien nos dice que es izquierdista de corazón cabe preguntarle ¿a cuál de las izquierdas se adhiere usted, amigo? ¿A la izquierda civilizada de un Ricardo Lagos y Pepe Mujica, o esta que auspicia Lenín Moreno basada en el respeto y el consenso; o, por el contrario, a la izquierda troglodita de Chávez y Maduro? ¿A la izquierda garrotera de esa tétrica pareja Ortega-Murillo o, por sí las moscas, a la izquierda dada al diablo del catorce veces horrífico “doctor” Correa que dejó quebrado este país?
Y son estos extravíos de los valores democráticos, y es este arcaísmo ideológico y su jerga soberanista lo que copa la perorata de las izquierdas latinoamericanas y lo que las aleja de la realidad del mundo contemporáneo. Y fue esto lo que sacó de quicio a Saramago cuando, a plena luz del día, un periodista lo asaltó con preguntas en una calle de Buenos Aires. Luego de lanzada la piedra, nada dijeron los aludidos. Cuenta Saramago: “Silencio total, como si en los túmulos ideológicos donde se refugian no hubiese nada más que polvo y telarañas, como mucho un hueso arcaico que ya ni para reliquia serviría”.