Las noticias que nos trae cada día sobre la corrupción imperante durante los años de Correa causan cada vez menos sorpresa y más indignación. Poco a poco se descubre el significado de la prepotencia con que gobernó al Ecuador. No fue solamente la expresión de su personalidad dominante, ansiosa de demostrar y acrecentar su poder, ni un esquema concebido para llevar al pueblo hacia las “delicias” del socialismo del siglo XXI. Fue, sobre todo, una calculada metodología para ahogar el libre juicio crítico de los ciudadanos y las instituciones de control, a fin de que los actos de gobierno no fuesen nunca sujetos al escrutinio legal. Este inmoral objetivo fue alcanzado durante los diez años de monopolio del poder, pero empezó a ser cuestionado cuando Correa no pudo beneficiarse de la reelección indefinida, treta para garantizar la continuación del inmoral statu quo. Entonces, Correa resolvió confiar a un sucesor sumiso la tarea de proteger las arbitrariedades de su gobierno. Pudo haberlo conseguido si el nuevo presidente no hubiera decidido pensar más en su lealtad con el país que en su gratitud con Correa.
Y se produjo un “destape” en el que, junto a tenebrosas descalificaciones, la palabra más usada, de lado y lado, fue la de “traidor”. Difícil concebir un panorama más tormentoso, siniestro y pesimista para una sociedad nacional, frente al cual debemos encontrar una forma de purificación y liberación que aligeren nuestra psicología social: pensar en el Ecuador en positivo.
Desde hace un año, han desaparecido las nubes de la prepotencia y el agravio cuotidiano. Priman los llamados al diálogo y el respeto a todos. Una cierta bonhomía se instala en el ambiente, alimentada por noticias tan positivas –golondrinas solitarias que aún no hacen pero si anuncian un verano nuevo- como las designaciones de Ministros de Comercio Exterior, Petróleo, Defensa, Finanzas y Relaciones Exteriores. Empieza a verse el resultado de su trabajo.
El Consejo Provisional de Participación Ciudadana está cumpliendo una ejemplar tarea de depuración cívica. El propio descubrimiento de nuevas escandalosas pruebas de corrupción demuestra también que las cosas están cambiando.
A pesar de las escandalosas protestas de los correistas duros, son cada vez más escuálidas sus “multitudinarias” manifestaciones. Correa ha perdido la serenidad y, envuelto en la ignorancia que alega como su defensa, va mostrándose cada vez más de cuerpo entero. “Más rápido cae el mentiroso que el ladrón”, dice el adagio popular, lo que parece estar siendo confirmado por el devenir de los días.
El Ecuador anhela purificarse, lavarse de las influencias negativas que le estaban llevando al infierno del Dante. Para orientarse hacia una humana utopía tiene que recorrer un camino: buscar y llegar a conocer la verdad.