Silos medios de comunicación destacan en primera plana y como principal noticia que el Presidente de la República y el Alcalde de Guayaquil se saludaron, es que algo fuera de lo normal ocurre. Porque esa no es –o no debería ser- una noticia digna de mención. Debería ser lo normal que mandatarios, que eso son los dos, guarden la civilizada y elemental relación que los seres humanos deben tener.
Y lo que pasa es que el Ecuador es, desde hace mucho tiempo, un país de caníbales, en el que los contendientes en la arena política no se consideran adversarios sino enemigos. Es conocido el comentario de políticos extranjeros que se admiran del nivel de confrontación y enemistad que se tienen los políticos ecuatorianos. No entienden ese morbo que les lleva a buscar su aniquilación, como si de encarnizados enemigos se tratara. El empeño que ponen en resaltar -o inventar- los defectos del rival y no en reconocer sus méritos. En disminuir todo lo que hace o ha hecho, en lo que influye el complejo fundacional que tienen la mayor parte de ellos. Nada existió antes de que llegaran. Todo se hace por primera vez. Y lo poco que se hizo está mal y hay que ignorarlo, con lo que el desperdicio de esfuerzos y recursos, siempre escasos, conspira contra toda buena idea o noción de continuidad.
Recuerdo que en 1990, en un acto que se desarrolló en la ESPE en Guayaquil, cuando el presidente Rodrigo Borja llegó a la tarima preparada para el efecto y observó que los expresidentes Carlos Julio Arosemena, Osvaldo Hurtado y León Febres Cordero estaban en primera fila -sin haber cruzado palabra entre ellos-, se acercó a saludarles. El público les brindó un sonoro aplauso y los medios de comunicación lo publicaron como un verdadero acontecimiento, desacostumbrados como estamos a que un acto de elemental civilización sea observado siempre. Han pasado 25 años y esta actitud negativa sigue igual, por lo que el estrechón de manos entre mandatarios sigue siendo noticia de primera página, así como fue la presencia de cuatro exalcaldes de Quito en la entrega de la segunda etapa de la Ruta Viva, por invitación del alcalde Rodas, que, en actitud poco común, reconocía que las obras importantes son el resultado de varias administraciones, en las que se conciben, planifican y ejecutan.
Los comentarios subsecuentes al encuentro, casual o no, con motivo de la inauguración de una obra de la Contraloría en Guayaquil, son de extrañeza y admiración. El momento que vive el país no es para agudizar las diferencias y buscar la aniquilación de los que piensan distinto. Si no hay un empeño sincero y efectivo para afrontar la crisis que ha hecho sus primeras apariciones, y que requiere políticas, actitudes y medidas concretas, el resultado puede ser fatal para todos, para los que están y para los que aspiran, en este país de caníbales que, algún día, aunque sea por el escenario adverso que se presenta, debe cambiar.