En la política y en el amor nunca es posible alcanzar el máximo de racionalidad. Los comportamientos son impredecibles, además las promesas y el lenguaje son bastante fáciles de adivinar. Jurar amor eterno o ser coherente en materia política son tan intangibles como ciertos territorios que no deberían ser tocados por nadie.
En estos días se desató el debate tras el anuncio presidencial de que se va a explotar el ITT, un proyecto emblemático que se metió en el corazón del país. Nunca imaginé que el Presidente de la República iría a anunciar el fin de la iniciativa Yasuní-ITT, me equivoqué rotundamente, sin embargo aún mantengo la esperanza que cambiará de opinión.
Cuando he escrito que es imposible que el Mandatario deje la política, no me he equivocado. Cuando ganó el juicio a El Universo, tampoco, porque vimos a un Presidente indulgente (las consideraciones sobre ese juicio ya fueron debatidas y no vale la pena entrar en más argumentos de un hecho lamentable que lo tiene registrado la historia).
Durante seis años fue sembrada una semilla ecologista, especialmente en los jóvenes que son la gran mayoría de la sociedad y que, además, desde los 16 años tienen derecho a votar. Un plebiscito, en el cual la población debe decidir entre una tesis y otra, generalmente divide a la sociedad y el Presidente debería evitar que se concrete.
¿Pero cómo evitarlo? Simplemente cambiando de decisión, dando retro a su resolución de que se explote el Yasuní. Un político acostumbrado siempre a ganar una elección es difícil que se arriesgue a ser derrotado si es que se mantiene en su decisión inicial.
Con el argumento de que necesita recursos para atender las enormes necesidades de los pobres, el señor Presidente justificó su decisión. Hay una realidad, los recursos económicos escasean. Hace poco anunció un plan que desde mi punto de vista fue acertado: eliminar a largo plazo el subsidio al gas. He oído que la gasolina súper pudiera ser el siguiente producto.
En este plan de búsqueda de recursos debería pensarse también en eliminar gastos suntuarios. Me refiero a la moderna flota de vehículos oficiales que todos los días circulan por las calles. He visto en las calles enormes caravanas de vehículos oficiales para trasladar a su casa u oficina a un funcionario público. No digo que el Presidente deba trasladarse en taxi o en bus a su trabajo; él requiere de una comitiva de seguridad y apoyo logístico, pero ¿por qué los ministros y viceministros, algunos bastante desconocidos, tienen que usar más de un vehículo, y con escolta policial, para su transporte? He visto fotos que se suben a las redes sociales de funcionarios, incluso de algún Primer Ministro de un determinado país europeo que se desplaza todos los días a su trabajo en el metro o en algún sistema de transporte público. Bajando los lujos innecesarios estoy seguro de que algo de ahorro se conseguirá.