A pesar de que alguien crea que en el desenlace del caso El Universo y Gran Hermano, hay razón para celebrar, lamento aguarles la fiesta. El perdón ha dado oxígeno a los involucrados, pero el país queda en igual o peor condición que antes. Como bien dice el Presidente, ni perdón ni olvido en este caso.
Para todos los optimistas que quieran extraer de la acción políticamente desesperada del perdón, algún asomo de rectificación, conciliación y apaciguamiento de las aguas, les sugiero que revean el discurso y escuchen declaraciones.
No hay nada que conduzca a pensar que en la decisión haya pesado una razón que no sea la puramente electoral o la intuición de salir de la forma menos indigna posible del embrollo causado por la unánime condena internacional.
La pasividad ciudadana mientras el caso se cocía, los socialcristianos exhibiendo sus peores galas por causas perdidas al tiempo que Guayaquil y el país estaban en silencio, son prueba convincente de que aquí dentro la causa de la libertad de expresión está en abandono. Por tanto el Gobierno cosecha en tierra fértil y solo se frenó por el termómetro externo.
Cuando los ojos del mundo se distraigan y salgamos de la palestra, entenderemos que estamos en el peor de los mundos: con la imagen de un Presidente benévolo y con una justicia manoseada. Sin dudas de que la institucionalidad se volverá a volcar tan pronto sea necesario a favor de la causa de este ciudadano, y que todo tipo de subterfugios valdrán para que el capricho de turno sea satisfecho. Arbitrariedad y patrimonialismo en estado puro.
La magnanimidad podría conducir a la falsa ilusión de creer, que medios y periodistas quedarán libres de acoso para realizar su labor. Fantasía irrealizable bajo este régimen que tiene como cruzada su deslegitimación.
Si bien el Gobierno en el futuro podría desistir de la judicialización burda en la forma de juicios penales, aún le quedan mecanismos soterrados de intimidación. Un Gobierno herido y con derrota bajo el brazo no descansará hasta asegurar el control de manera más sutil mediante los instrumentos legislativos que le quedan: el nuevo Código Penal y la Ley de Comunicación.
Pero mientras muchos piensen que este tema sigue siendo preocupación exclusiva de periodistas y a causa de una libertad que jamás les ha significado nada, les recuerdo que esto también es sobre ustedes y su vida.
Hoy más que en ningún otro momento de la historia, los ciudadanos nos encontramos inermes frente a los abusos de poder cotidianos y sin relieve público. Periodistas y no periodistas podemos tener la más convicción cristalina, de que en este país solo existirá la justicia que le convenga al poder. Por eso ni perdón ni olvido a la putrefacción que este caso ha revelado.