Según el relato bíblico (Lucas 21), Jesús estaba en el templo y observó cómo algunos ricos ponían dinero en las cestas de las ofrendas. Vio también a una viuda que echó dos moneditas de muy poco valor. Después de eso expresó a sus discípulos: “Les aseguro que esta viuda pobre dio más que todos los ricos. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, que es tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir”.
El terremoto del 16 de abril mostró todo lo que tiene nuestra sociedad: sensibilidad y soberbia. Todo el universo, pero en 283 000 kilómetros cuadrados y, específicamente, en las provincias de Manabí y Esmeraldas. El ejemplo del evangelio de Lucas sirve para entender a ese hombre anónimo que donó toda su producción diaria de empanadas a los sobrevivientes de la tragedia o la niña que decidió desprenderse de su muñeca para que otra niña juegue en medio de los escombros.
Vimos el desprecio de una pesada burocracia hacia los jóvenes que, de manera espontánea, corrieron con su ayuda para los damnificados. Algunos llegaron a las pocas horas de la tragedia, otros al día siguiente. Arribaron los bomberos de Quito, brigadas de Guayaquil, Ibarra, Tulcán. Los centros de acopio acumulaban agua, papel higiénico, enlatados, tarros de conserva, incluidas las polémicas latas de atún. ¿Por qué polémicas? Porque con eso no se construyen carreteras, como dijo un importante político.
La tragedia evidenció a mujeres solidarias, unas se dedicaron a repartir agua y alimentos a perros y gatos que quedaron abandonados en las calles mientras sus dueños yacían sepultados debajo de los escombros. Alexandra Cárdenas fue al sitio del desastre con su carro repleto de víveres, de solidaridad; y se trajo a vivir en su casa en Quito a una mujer damnificada y a sus tres pequeños hijos.
Cómo no hablar de Karla Morales (me entero que es hija de un apreciado periodista que conocí hace muchos años porque trabajamos en la misma empresa), una mujer invencible, que no se cansa de recolectar y distribuir ayuda a quienes la necesitan, a pesar de que se la ataca en las redes sociales; tal vez por celos debido a su capacidad de organización y generosidad frente a burócratas inútiles. Con excepción del ministro José Serrano, que está ahí, en el epicentro de la tragedia para organizar los rescates, mientras otros burócratas simplemente llegaron a estorbar, a polemizar y a tomarse ‘selfies’.
Vimos también, al fin, una sabatina austera, transmitida desde el ECU 911. Queda claro que el Presidente no va a dejar de informar al país, está en todo su derecho pero, tan importante como informar ,y en homenaje a las víctimas de la peor tragedia natural de este siglo, que continúe su sabatina desde el ECU 911, desde algún salón de Carondelet o desde los estudios de los canales de televisión del Estado.