La reciente muerte del último (Jacinto) Jijón me ha hecho recordar y reflexionar sobre muchos aspectos de nuestra vida como país. Con él muere simbólicamente una aristocracia serrana fraguada por el siglo XVIII, basada no solo en la tenencia de la tierra, de la cual la última hacienda – la emblemática textilera Chillo Jijón- también ha pasado a otras manos, sino en el valor otorgado al conocimiento y a la ciencia como únicas formas de hacer patria. Hago especial mención al primer conde Miguel Jijón y León quien en la segunda mitad del XVIII se hiciera célebre en su relación con uno de los hombres ilustrados más connotados de América, Pablo de Olavide, y su proyecto fracasado de repoblación de la Sierra Morena, bajo la égida del mismísimo Rey Carlos III. Los acusaron de protestantes, Olavide se convirtió en un perseguido por la Santa Inquisición, Jijón desapareció y fue a vivir lejos.
De ilustres hombres nacen ilustres descendencias. Este fue Jacinto Jijón y Caamaño, uno de aquellos seres que no cejan en hacer el bien por la nación en la que creen; para él, conservador acérrimo, su país católico, hispanista, de grandes paternalismos para con los indígenas, tenía que luchar contra liberales, masones, protestantes y cualquier cosa que distrajera su atención piadosa. Varias veces exiliado político, su fortuna le permitió convertirse en uno de los grandes estudiosos y coleccionistas de la arqueología de nuestro país, de Colombia y Perú. Con su colección nació el Museo de la Universidad Católica de Quito, con su biblioteca, uno de los fondos bibliográficos más excelsos, el del actual Ministerio de Cultura. Quienes hacemos Historia agradecemos su legado cada vez que consultamos el Fondo que lleva su nombre.
En varios estudios lo hemos mencionado; cómo no hacerlo si para entender el Ecuador moderno intrincadamente hilvanado entre posiciones liberales y conservadoras, hemos tenido que entrar de lleno en la génesis del segundo. Últimamente lo hizo Fernando Hidalgo en su obra “La República del Sagrado Corazón”; los curadores de dos exposiciones “La huella invertida” del fotógrafo José Domingo Laso, curada por su bisnieto Coco Laso; y sobre todo en “Espíritu de red: intelectuales, museos y colecciones 1850-1930”, curada por un equipo liderado por Malena Bedoya.
Entonces, el Pájaro Febres Cordero, en su reciente novela-diario-ensayo periodístico sobre Jacinto Jijón y Caamaño, “El sabio ignorado”, quizás tenga razón a medias. Antes de escribir este artículo termino de leer su obra. Delicioso recuento de los jacintos, a través de la pluma de quien tejió sus historias personales con el más joven y las públicas del abuelo con la ayuda del primero y sus propias investigaciones y cavilaciones. Fresca y renovada forma de entrar en uno de los personajes más importantes de nuestra Historia.