Hoy, día festivo, dedicado al trabajador, a todos aquellos que en diferentes campos dan lo mejor de sí para el adelanto de empresas e industrias y, por ende, del país.
Día característico en el que su contento o descontento se expresa con marchas bien merecidas como parte de su libertad de expresión, cosa que sucede en todo el mundo.
Se habló de más días libres que el del trabajador, como un freno a cualquier expresión. Finalmente reinó lo lógico, aunque los chicos recibirán menos horas de educación y más de asueto que probablemente serán usados para marchar, si así lo quieren.
Por todo lo que nos obligan a escuchar a diario en todos los medios, inclusive en sábados, estoy aburrida de la propaganda, porque si lo que dicen sería verdad, aunque solo sea en parte, viviríamos en un verdadero paraíso.
El problema es que hoy tanto la propaganda como la publicidad se ayudan con el mismo método: ¡Esas llamadas! Me vuelco a la publicidad y, tampoco cien por ciento confiables, pero como adultos sabremos distinguir. Lo que ya me tiene cabezona, que no es lo mismo que pelucona, ¡son esas llamadas!
Los productores, sea de productos o servicios, debemos recurrir a la publicidad para darlos a conocer. Ojalá esta siempre fuera fiel a la verdad, si es orgánico, que sea orgánico, pero que no huela a colorantes y falsos aromas; los nutrientes que sean los que son, ni más ni menos; que quiten arrugas pero no las desaparezcan en un par de días, tanto, que solo al escribir río, considerando que tenemos la aptitud y habilidad para distinguir entre una y otra cosa, pero que también pretenden engañarnos, y algunos caen al leer, escuchar o ver lo que nos pretenden alimentar minuto a minuto.
Es una inmensa sociedad de consumo que también, si es feliz, que así continúe. El problema son ¡esas llamadas!
No importa la hora, el día, si de trabajo o descanso, inclusive en los festivos, el teléfono sonará. Sí, el convencional y el celular.
Comienza, entonces, el irrespeto por el ser humano y, lo que pretende vender, atraer clientes, se convierte en un aléjate que no tengo consideración por ti. Esas voces dulzonas y empalagosas que preguntan si uno es tal o cual, comenzando por el apellido, me producen escalofríos.
Contesto, pensando que es alguien que tiene el derecho de llamar a mi número privado y, al otro lado, ese tonito horrendo… “Quisiéramos invitarle a una deliciosa cena con su pareja…”.
¿Cómo saben si tengo pareja? “No gracias, estoy en una reunión”. Como si uno no hubiera hablado, continúan presentando Turismo Ecuador o Tren Ecuador, tarjeta de crédito x, y o z, y me agota mencionar más nombres.
¿Puedo molestarle por un momento para un survey sobre la calidad de nuestros servicios? Qué tremendo, ¿de dónde sacan los números? Y si, para colmo, uno les pide, si tiene interés, no en las cenas, pero sí en la información o llenar la encuesta para mejorar los servicios, que lo envíen por mail. ¡Se niegan!
¡Basta de estas irrespetuosas llamadas! Son insoportables y faltan a la privacidad de las personas.