Entre los datos anecdóticos en torno a la vida del maestro Ludwig van Beethoven se señala que mientras escribía sus partituras, y para despejar su mente, se mojaba la cabeza con agua helada. Más que científica, era una sabia actitud del compositor que le permitía pensar mejor para producir las más bellas sinfonías y las más melodiosas sonatas. Una cabeza caliente o afiebrada no piensa bien y puede tomar decisiones desacertadas, tal como hemos visto al calor de las acciones políticas.
A los pocos días de la destitución de Dilma Rousseff, el 31 de agosto del año pasado, nuestra afiebrada política exterior asumió que lo ocurrido en Brasil fue un golpe de estado y retiró a su embajador de Brasilia. Desde entonces tenemos ahí al encargado de negocios que, si bien puede cumplir las mismas funciones que un embajador, el cargo no es compatible con lo que históricamente ha significado Brasil. Para decirlo en términos nada diplomáticos, es de mal gusto mantener en ese estado la relación bilateral.
Brasil es un país con una solidez institucional admirable. Dos presidentes han sido destituidos por el Congreso, no por resoluciones tomadas a la ligera, como sí ocurrió cuando nuestro calenturiento Congreso Nacional destituyó a Abdalá Bucaram porque consideró que estaba loco; fue una decisión aprobada con la mano alzada de una mayoría de parlamentarios, así de simple. Las destituciones de Collor de Melo y de Rousseff siguieron todos los pasos constitucionales, incluida la defensa de los acusados; una diferencia enorme con lo que le ocurrió a Bucaram.
A Rousseff la sustituyó su vicepresidente Michel Temer, quien ahora puede correr la misma suerte y ser destituido por una supuesta infracción de corrupción pasiva, tal como argumenta la Procuraduría General de la República. Y si eso llega a ocurrir, Temer ya se anticipó a decir que acatará cualquier decisión porque sabe que en Brasil las leyes y la Constitución no tienen la marca de un partido político, solamente se trata de las instituciones de un país soberano que son similares para todos los ciudadanos. Ser de izquierda o de derecha no es un valor agregado para nadie, ni tampoco es un privilegio.
Aprovechando la perestroika derivada de la llegada al poder de Lenin Moreno en el ámbito interno, no estaría demás que también se revise nuestra política exterior y se corrijan los errores. Se tomaron muchas decisiones afiebradas, nada diplomáticas, como por ejemplo con Venezuela que, a propósito, es el otro país latinoamericano que también retiró a su embajador de Brasil.
Pese a que el mayor problema físico del músico alemán fue su sordera, siempre tuvo presente que las ideas salen del cerebro, por eso prefería mantenerlo frío. Un ejemplo que nuestros políticos deberían aplicar para evitar caer en el ridículo.