La imaginación popular, basada en la experiencia, considera que las relaciones de pareja, transcurridos siete años, empiezan a ser afectadas por problemas que surgen cuando los esposos se conocen mejor. Tal es “la comezón del séptimo año”, descrita muy persuasivamente en un filme de 1955 con la atractiva Marilyn Monroe. Si se tiene el talento y coraje de rectificar la conducta propia, puede superarse esa etapa. Si se busca que el otro cambie, puede llegar el divorcio.
Parece que en el Ecuador estamos viviendo la comezón del séptimo año. Hay una tensión que nos habla de problemas de fondo en la vida de la pareja pueblo-Gobierno. Los síntomas se han vuelto evidentes a partir de las elecciones de febrero, que sorprendieron y crisparon al poder. Las protestas sociales se vienen manifestando con elocuencia creciente y han llevado al Gobierno a reprimirlas de manera desmesurada y torpe, empleando la fuerza pública y las cortes de justicia. Y, por último, esa acusación genérica, no ya a la partidocracia cuyos métodos emplea ahora, sino a la “restauración conservadora”, para cuya destrucción ha buscado la solidaridad de los coidearios del continente. Todo esto nos habla de una nueva etapa en la vida de esta pareja. Ha comenzado la “comezón del séptimo año” y parece que la reconciliación no habrá de producirse porque, en los planes del Gobierno jamás ha entrado la idea de aceptar sus errores y rectificarlos. Se diría que un antiguo proverbio, útil para el Medioevo pero inaplicable en la actualidad, guía su conducta: “Procure siempre acertarla el honrado y principal, pero si la acierta mal, defenderla y no enmendarla”.
Confrontar siempre, no dejar sin agresiva respuesta a la opinión contraria, considerar enemigo al adversario y acabar con él, inhabilitarlo para el futuro, no aceptar la alternancia en el poder, perennizar la revolución a todo precio: tal la esencia de la conducta gubernamental en este séptimo año de incómodas comezones políticas. La confrontación ha sido su arma preferida y sigue siéndolo. “Nosotros somos más”, gritó con estentórea voz al invitar a los estudiantes en Guayaquil a silenciar las voces de los menos, estudiantes también, o cuando convocó a sus partidarios a una “fiesta de alegría”, a la misma hora y fecha en que, a poca distancia, un grupo de ciudadanos había anunciado una protesta al amparo de la Constitución que nos rige. ¿Fue prudente la actitud del Gobierno? ¡El simple buen juicio responde que no! Entonces, la responsabilidad por los actos de violencia, condenables en uno y otro bando, recae sobre quien, para silenciar a la “restauración conservadora”, propició una confrontación que debió evitarse.
El pueblo ha visto lo ocurrido y piensa que esta “comezón del séptimo año” anuncia una ruptura inevitable: el divorcio está a la vista.