El poder tiende a ser narcisista. El político está en la mirada y atención de los demás, se enamora así de la vanagloria. En filosofía política, no por azar, se insiste que la virtud de los estadistas es la humildad. Pero no ponerse en la cima del mundo y vivir en la realidad no es de la mayoría de políticos, menos aún de los electos por la magia de los medios con las imágenes de mercadeo y no por conocimientos o capacidades de gobierno.
El ejercicio del poder además tiende a aislar al electo de su sociedad. El político crea un círculo con similares, que piensan igual, acaban por complacerse a sí mismos ratificándose mutuamente lo que piensan. Pierde el sentido crítico. Si el público sigue sus consignas, no necesariamente porque es válido lo que hace, tiende a confundir la realidad con sus posiciones. Se aísla de la sociedad, a la larga cree que la realidad es él. Esto se incrementa con los autoritarios, que ya de por sí se rodean de cómplices de su persona no de un proyecto o partido y viven en la idea que hay dos bandos, el suyo con el pueblo y los que no piensan igual. Falsedad que le lleva a actitudes paranoicas que todo invaden y a no poder ver la validez del juicio contrario.
AP parece encontrarse precisamente en este mundo narcisista que le impide ver la realidad para así creer que su pasado es su futuro.
Correa fue un azar. Su llegada se debe a la crisis de la política y de los partidos, y a un movimiento popular activo pero que ante la desesperanza que cundía en Ecuador, perdió cordura y se apresuró en encontrar una salida milagrosa. El maná del petróleo hizo lo demás, creó fácilmente ilusiones como metas de futuro.
Ahora el tiempo es otro, debería ser el del encuentro con la realidad para asumirla. El giro que da AP, sin embargo, es diferente, notorio cuando AP dice escoger candidatos entre Glas o Moreno. Hay el peso del núcleo conservador o “pragmático”, el de Correa, y este encierre narcisista con sus redes de “favores” mutuos. La gente de AP se muestra incapaz de pensarse más allá de Correa. Pero es momento de cambios.
Si nos referimos a su capacidad de impacto público y conocimientos del Estado, Glas no es buen candidato. No sería imposible derrotarle. Él es la conveniencia de continuidad del círculo del poder. Moreno tiene buena imagen, lograría más votos. Pero no es un estadista ni la persona para la crisis o sacar al Ecuador del marasmo institucional y de las redes autoritarias y clientelares. Las elecciones tienen su dinámica, habrá cambios dependiendo de los contendores, pero el contexto de crisis económica deslegitimará más a AP.
Si AP supiera aprovechar la coyuntura, podría innovar consigo mismo, redefinirse y presentar candidatos/as mejor preparados para esta situación. Ahora es el Ecuador real el que se encuentra al frente, no el que fue visto con la abundancia de Papá Noel.