Terminó, con un rotundo fracaso, la XVI cumbre del Movimiento de los Países No Alineados, en la isla venezolana Margarita.
Nacido a mediados del siglo pasado, como reacción ante un mundo bipolar que funcionaba sobre la base de la rivalidad entre el comunismo y el capitalismo, el no alineamiento tuvo su época de oro, que duró casi cuarenta años. Gracias a líderes de reconocido prestigio como Tito, Nasser y Nehru, el movimiento propugnó, luego de un análisis objetivo de lo bueno y lo malo de los dos bloques en confrontación, una “tercera posición”, y procuró sentar nuevas bases para las relaciones internacionales. Con más de ciento veinte miembros, luchó a favor de la descolonización y contra la discriminación racial y el apartheid. Sus triunfos fueron notables: el sistema de colonias prácticamente desapareció; Mandela llegó a la presidencia de África del Sur, como máxima expresión de la derrota del apartheid; numerosos convenios sobre derechos humanos fueron concertados y el derecho al desarrollo fue aceptado con jerarquía similar a la de los demás. El nuevo orden económico mundial fue otra de sus banderas, parcialmente exitosa. Los no alineados dieron aportes sustantivos a la negociación de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. Debo añadir, por experiencia personal, que los países no alineados integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU institucionalizaron consultas sobre los puntos más cruciales de su agenda, por lo que su influencia en cuanto al mantenimiento de la paz -función principal del Consejo- fue reconocida y aplaudida.
Al concluir la guerra fría, terminó la confrontación entre los dos bloques políticos, lo que sembró confusión entre los no alineados. Muchos de sus miembros perdieron el referente que les servía para tomar posición sobre la agenda internacional. Se inició entonces la crisis que se ha presentado de cuerpo entero en la XVI cumbre. A pesar de que parecería que se avecina una nueva etapa de guerra fría, sus características serían distintas, puesto que hay causas de interés mundial que aglutinan a todos los países. El socialismo del siglo XXI pretendió reutilizarla en su dialéctica política, pero ahora se bate en retirada.
Para realizar la XVI cumbre no podía haberse escogido un peor escenario: Venezuela, cuyo gobierno, que ha conducido al país a la más grave crisis económica y social, da la espalda a la legalidad y a los valores democráticos. Los no alineados, por su parte, no han logrado aún identificar objetivos compartidos ni sentar parámetros comunes de acción para restablecer el prestigio y la influencia perdidos.
Y lo que es dramáticamente tragicómico: A Nasser, Nerhu, Tito, sucede ahora en la dirección del agonizante movimiento, el singular señor Maduro. ¡Dios proteja al no alineamiento!
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