En uno de sus iracundos monólogos de junio, el presidente Correa desveló una faceta más de su filosofía política cuando, refiriéndose a las próximas elecciones, invitó al Alcalde de Guayaquil a presentar su candidatura y anunció que, entonces, él también presentaría la suya, para vencerlo en todo el país, inclusive en su propio reducto urbano.
¿Qué hay en el fondo de esta invitación que tiene más características de una pelea en la que el matón del barrio reta a su enemigo para probar que puede batirlo?
En democracia, el pueblo elige a sus mandatarios, según lo regula la Constitución. Lo hace para confiarles la administración del Estado, en obedecimiento de la regla del derecho, para volver más efectivo el goce de los derechos y libertades.
Las elecciones no son para que un individuo, cegado por el narcisismo, se sirva de ellas para descalificar y humillar a sus rivales. La ley señala quiénes podrán participar en una elección.
No corresponde al que actúa como Mandatario temporal del pueblo invitar a quien desee para que ingrese en una lid simplemente para pretender demostrar que puede vencerlo.
El pueblo no vota para dirimir rivalidades vanidosas, sino para encargar la administración de la res pública a quien considera el más capacitado. Correa, según la Constitución vigente, no puede ser candidato en las elecciones del 2017.
¿Cómo así resuelve, por sí y ante sí, que lo será y que usará ese mecanismo democrático para lograr que su enemigo bese el suelo de la derrota? ¿Querrá después usar su cabeza, colocada en la picota, como trofeo coleccionable de victoria?
Para Correa, las elecciones no parecen ser una expresión de la soberanía popular sino la arena para confrontar a un rival, del mismo modo que el diálogo con “los de buena fe” no sirve para intercambiar ideas diferentes sino para aducir que él y solo él tiene la razón.
Su prepotencia y ocho años en el poder le han llevado a suponer que puede hacer lo que quiera, dando por sentado que las instituciones que controla se acomodarán al discurso oficial y repetirán los argumentos de sus monólogos para explicar su indignante subordinación.
Da vergüenza en cabeza ajena pensar que el Presidente, anticipándose a reformas que propuso para alcanzar sus propios fines, se atreva a anunciar una candidatura que la Constitución prohíbe y, más aún, que pretenda conformar el cartel de la próxima lucha de “catch as can” político pensando -equivocadamente- que la fuerza dirimirá el resultado y no los sentimientos y pensamientos del pueblo soberano.
¡Hé allí uno más de los postulados de la filosofía de nuestro genio político, construida sobre los cadáveres de Montesquieu, Rousseau, Tocqueville y otros “burgueses” de igual calaña! A tanta prepotencia cabría replicar “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.