En los últimos días hemos visto, con estupor, el contrapunto entre un cómico inglés, internacionalmente reputado, y el presidente Correa. Por amor a mi país, me disgusta que el ciudadano al que nuestro pueblo eligió para ejercer la primera magistratura, sea objeto de mofa. Podemos estar en desacuerdo con sus políticas y sus desafueros, pero no olvidar que él nos representa institucionalmente. Verlo herido por las bromas del cómico inglés no es precisamente un motivo de satisfacción o alegría. Muchos ecuatorianos pensarán así, pero su malestar no se traducirá en una especie de solidaridad con el Presidente.
Todo lo contrario: se indignarán con quien, por su atrabiliaria conducta y sus trivialidades, suscita la burla internacional. Ya en ocasión pasada criticamos la vituperable práctica de Correa de acudir a la ayuda de “bufones del rey” para atacar a quienes considera sus enemigos. Sus argumentos no siguen la línea del razonamiento lógico, sino el tortuoso camino del sarcasmo. Se burla de sus opositores y estimula a su audiencia para que, con risotadas, celebre sus agresivas “bromas”.
Con la misma moneda ha sido pagado ahora por un inglés al que Correa querría flemático y rígido cuando, como buen humorista, es ligero e irreverente.
El resultado ha sido fatalmente negativo para Correa, pero también para el Ecuador. Si él mismo describió a nuestro país como una “banana republic”, ¿qué de raro tendría que ahora, mirando los programas de televisión, la audiencia internacional se ría de nosotros al ver cómo reacciona un Presidente, obnubilado por la rabia, en competencia con un humorista? Una cosa es comprender y admirar el humor y otra, muy distinta, actuar como un payaso. Si el humor es inteligencia sofisticada, atacarlo es sofisticada tontería. Correa ha demostrado, con sus actos, que ni comprende ni ama el humor. Frente a la caricatura o a la burla, ha dejado de lado la tolerancia y dignidad con que debe actuar en su condición de Presidente de todos los ecuatorianos y ha preferido competir en el dudoso papel de fabricante de chistes.
Su enrevesada psicología le lleva a no pasar por alto cualquier crítica, formulada en un plano de seriedad o de humor. No le cabe dejar a ningún enemigo con la cabeza en su puesto. Responde de inmediato a todo ataque y convoca para ello a la cohorte que prepara y celebra sus bromas.
¿Aprenderá alguna vez que la parquedad en el uso de la palabra es la mejor característica de la verdadera sabiduría? No. Hablar, hablar a borbotones, hablar de lo que sabe y de lo que ignora es, para su ensimismada mentalidad, la mejor manera de demostrar omnisciencia cuando, en realidad, está caracterizándose como un extremista intolerante que solo cree en la verdad que se construye en los laberintos de su mentalidad de doctor en economía.