Hace ya 12 años que los tratados de libre comercio irrumpieron en la escena internacional. Para los economistas críticos, esto sólo era una etapa más del proceso de dominación de la línea ortodoxa del libre mercado. Para los economistas liberales, esta tendencia significaba simplemente el regreso a los principios clásicos de la economía establecidos por Adam Smith y David Ricardo: un mundo sin barreras de mercado. Los economistas críticos tenían razón en preocuparse por las dificultades que tendrían los países menos desarrollados en avanzar hacia la industrialización en estas nuevas circunstancias.
Pero es poco académico y poco serio pensar que el comercio es simplemente un problema económico. Es también un problema político y un problema internacional. Los TLC, TPC, tratados de comercio para el desarrollo, o como a bien tengan llamarlos, se convirtieron en estos años en una realidad estructural de la economía política internacional. Una realidad que se impuso, primero, por el fracaso de la ronda de Doha y la OMC para solucionar los problemas de acceso. Segundo, por una reconfiguración de las alianzas comerciales tradicionales. EE.UU. se volcó hacia el Asia, tras su fracaso en América Latina con el ALCA y Europa emprendió su cruzada por tratados similares. Tercero, el cambio fundamental en los términos de intercambio. Por primera vez en mucho tiempo los productos primarios equipararon y a veces superaron el precio de las manufacturas.
Para bien o para mal, estos tratados son parte de la estructura del comercio internacional.
Hay más de 2 800 de ellos en el mundo. EE.UU. tiene apenas 25 firmados, pero la UE tiene más de 70, Rusia otro tanto. En América Latina, Chile, México y Perú son los más prolíficos. Es posible decir que más del 60% del comercio se organiza a través de este tipo de documentos. Todos deben estar locos, menos nosotros. Este tipo de acuerdos se ha generalizado tanto que ya ni siquiera representan un peligro para, ¿cómo lo llaman ustedes? Ah sí, el modelo de equilibrio general. Este espagueti de acuerdos se ha convertido en determinante para estabilizar volúmenes exportables y para atraer nuevas inversiones. Por supuesto que hay costos altos para productores locales, pero siempre en casos donde o no hay Estado o este no quiere ejercer sus funciones, como el caso de México, que abandonó a sus agricultores a su suerte. En casos donde hay un estado fuerte ha ocurrido todo lo contrario.
Así que escuchar las mismas arengas grandilocuentes contra los TLC es inexplicable para cualquiera que no sea un ecuatorianólogo avanzado. Para los europeos, por ejemplo, es un exceso de ideología o un excesivo desconocimiento de las relaciones internacionales.
Creo que los neomarxistas franceses tenían razón al acusar al excesivo economicismo del fracaso de la revolución. Siempre tienden a tomar la parte por el todo y a empantanarse en ella.