Hay impulsos en abierta discordia que pugnan en el corazón del hombre. Ese personaje gordito y jovial, enamorador y zalamero, que gusta de la broma y el festejo, que se repleta hasta el empalago de todo placer posible (mundo, demonio y carne juntos): comer, beber, fornicar, gozar al máximo es don Carnal.
Y de don Carnal se habla en ese manual de goces y moralidades titulado ‘Libro de buen amor’ que, en el siglo XIV, escribiera un clérigo amigo de tunantes, el Arcipreste de Hita. En bien medidos cuartetos (como si de escuadras guerreras se tratasen), el poeta nos cuenta la sin par “pelea que tuvo don Carnal con doña Cuaresma”.
Nada es serio allí, pues en tono burlesco y parodiando la hazaña caballeresca se presenta a estos dos contendientes y sus aguerridas huestes marchando en una suerte de desfile bufo. Don Carnal, goloso, tragón y enemigo del ayuno, es quien gana primero el campo. A la vanguardia de su ejército se enfilan “gallinas, perdices, conejos y capones”; tras ellos desfilan sus ballesteros: “los gansos en cecina, costados de carneros, piernas de puerco fresco y jamones enteros”; y a la retaguardia, los infanzones: “muchos buenos faisanes y reales pavones”.
Frente a tales desplantes doña Cuaresma no se amilana, su espantable hueste pone en fuga a los glotones. Y aunque es conocida por lo flaca, enteca y huesuda, dama severa y hembra de mal humor no son pocos los seguidores que tras ella desfilan: “La salada Sardina”, las Truchas, el Atún, la Merlusa. Al fin derrotado saldrá don Carnal el miércoles de ceniza (“derrota, mayor que la de Alarcos”), con lo que se inicia el oscuro reino de doña Cuaresma y quien al Ayuno ordena “que a don Carnal guardase y con Doña Cecina al Tocino colgase”.
Entender las cosas de la cultura es mirarla en profundidad como expresión simbólica de los más íntimos impulsos del ser humano. Para comprenderla hay que decodificarla. La dicotomía que envuelve lo existente, la que muestra realidades opuestas como vida y muerte, espíritu y materia, gozo y sufrimiento, configura toda expresión de cultura.
En el caudaloso río de la historia hay formas de vida que persisten cual rocas inconmovibles que irrumpen en pleno cauce y que, no obstante haber pasado sobre ellas el torrente de los milenios, emergen intactas como para proclamar su perennidad.
La pervivencia de lo esencial humano son esas rocas. El renovar de la naturaleza a través de sus ciclos vitales se muestra también en la vida del hombre. Tiempos de expansión, efusión y desborde preceden a otros de recogimiento, contención y sosiego. Hay impulsos en abierta discordia que pugnan en el corazón del hombre; instintos de vida e instintos de muerte, eros y “tánatos”. El ascetismo cristiano desprecia al cuerpo. Doña Cuaresma derrotará siempre a don Carnal. Baco, aquel alegre tunante, tras las rejas será guardado. El inquisidor se erguirá entonces para condenar la Imaginación y la Razón acusadas de engendrar monstruos.