Con gracia se consiguen muchas cosas que la fuerza no logra. Una sonrisa arrancada a la gente la compromete más que toneladas de propaganda o marketing político. Por eso, los columnistas de humor, los caricaturistas, los escritores de sátiras y chismes tienen tanta influencia en la opinión pública. Y por eso son con frecuencia víctimas del poder y del abuso.
Ahora nos gusta recordar a Juan Montalvo, como gran filósofo, como defensor de la libertad. Así lo fue, en efecto. Pero en su época, era más conocido como periodista. Y no como cualquier periodista, sino como insultador y crítico, que usaba el humor y la frase incisiva contra los gobiernos y contra sus adversarios, que llegaron a decir que era un “zambo atrevido e insoportable”, con una carga de intolerancia y racismo.
Montalvo no fue una excepción. Pedro Moncayo, Fray Vicente Solano, Juan León Mera, entonces más conocido como escritor de gacetillas que como autor del himno nacional, y el propio García Moreno, escribieron sátiras incendiarias y burlescas de sus adversarios. Y la historia siguió con Manuel J. Calle, el “mejor” de los insultadores, Vicente Nieto, el mas terco, Raúl Andrade el más “fino”, el cura Terán Zenteno, el más “abalanzado”, Galo Galecio, notable artista que hacía de caricaturista, los terribles “picapiedras” de El Tiempo, los irreverentes redactores de La Bunga y El Duende, hasta Asdrúbal y Roque, que han consagrado imágenes que son historia.
Los gobernantes prudentes han asimilado la sátira y el humor sin agredir a sus autores. Han sabido que la sonrisa es una suerte de desfogue de los reprimidos, una forma de catarsis, que incluso evita violencias. Los mandatarios equilibrados se han reído de sí mismos para poder seguir gobernando. Algunos hasta mandaban a regalar papel para los periódicos que los atacaban, o repartían sánduches entre los manifestantes que rodeaban furibundos el Palacio Nacional.
El humor crítico, que ya se halló en las pirámides de Egipto y en las paredes del Quito colonial, es una necesidad social. El déficit de humor da como fruto la intolerancia y la persecución.
Solo los intolerantes han pensado que a palos se vence el humor y se cancela las sonrisas sarcásticas. El “mudo” Veintemilla, a quien la calidad de las “Catilinarias” le quedó grande, no entendía a Montalvo, y cargó contra él. Cuando en Velasco Ibarra pesaba más el caudillo que el gran intelectual que fue, mandaba a cerrar periódicos, a perseguir periodistas o a pifiar a Don Evaristo. Pero, justo es reconocerlo, lo represivo le duraba poco y rectificaba pronto.
Ahora le ha tocado el turno a Bonil. El es un gran artista y un gran señor. No dudo de que estará a la altura de las circunstancias. Pero me pregunto: ¿en medio de este déficit lamentable de humor, lo están sus perseguidores? Claro que no.