La aparente solidez que mostraban hasta hace poco los gobiernos de izquierda en América Latina se está yendo abajo como un castillo naipes. La creciente desilusión de los ciudadanos con los regímenes autodenominados como progresistas o de izquierda no solo coincide con el cambio del ciclo económico y sino con un aspecto fundamental: el aumento de la corrupción.
Buena parte de los gobiernos que se han enmarcado dentro de esta tendencia han sido salpicados por casos de corrupción. Uno de los más sonados y que ha copado la atención de la opinión pública de América Latina en estos días es el caso de Brasil. El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, fundador y líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT), ha sido llamado a declarar.
De acuerdo a declaraciones del fiscal Carlos Fernando Lima, “existen evidencias consistentes y contundentes de que Lula da Silva, familiares y miembros del PT se beneficiaron con el desvío de recursos de la estatal petrolera”. Son cerca de dos mil millones de dólares. La situación se pone más delicada cuando se ha comprobado que estos desvíos se produjeron cuando la actual presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, se desempeñaba como máxima autoridad de Petrobras.
Cristina Fernández de Kirchner no ha sido la excepción. Pese a que su salida del poder se ha dado recientemente, poco a poco comienzan a destaparse delicados casos de corrupción. Posiblemente más delicados que el caso en el cual ya fue encausado su vicepresidente. Sin embargo, uno de los factores que agudizó el desgaste de Kirchner fue la poca efectividad, mala gestión y estilo de gobierno.
En el caso de Bolivia, pese a que Evo Morales ha sido uno de los pocos presidentes de izquierda que ha podido sortear de mejor manera el bajón de la economía, tampoco ha estado exento de ciertos casos de corrupción. Uno de ellos se hizo evidente en el reciente proceso electoral. Gabriela Zapata, conviviente del presidente Morales, quien se desempeña como alta ejecutiva de la empresa china CAMC, firmó con el Estado cerca de 500 millones de dólares en contratos, asignados sin licitación.
Los principios y motivos que les llevaron a estos gobiernos al poder han quedado en el olvido. Socialismo, cambio, revolución, garantía de derechos, mayor participación y manejo honesto de lo público fueron solo un instrumento para llegar al poder.
En los países que estuvieron alineados con el Socialismo del Siglo XXI y en los cuales se realizaron procesos constituyentes, el resultado fue abismalmente todo lo contrario: concentración del poder y exigua participación ciudadana, ruptura de la independencia de las funciones del Estado y, en consecuencia, mayor corrupción.
Esa es ahora la izquierda: inversión perversa de los ideales y los procedimientos de la democracia. Con estos antecedentes, ¿qué motivos hay para seguir creyendo en la izquierda?