En un mundo caracterizado por guardar, coleccionar, especular, aferrarse a lo material ocupando un valioso espacio en este debilitado mundo, el concepto de la XIII Bienal de Cuenca -“Impermanencia. La mutación del arte en una sociedad materialista”- resulta esclarecedor (e iluminador) por sostener la tesis budista de aceptación a lo transitorio y efímero. Así, el proyecto curatorial despliega el tema de la fugacidad inefable de la vida en el arte, propuesta por el reconocido mentor Dan Cameron.
Desplegada en 20 sedes, parques emblemáticos incluidos, la ciudad de Cuenca se ha convertido en un revelador escenario de propuestas de arte que dialogan con la urbe, con su gente y sus ríos, su historia, convirtiéndola en una de las bienales más integradoras y amables. Lejos de ser peyorativo, el término “amable” alude al respeto de los artistas invitados de muchas partes del mundo, de haber creado sus instalaciones, videos o pinturas, en íntima relación con el lugar (y sus sensibilidades), un lugar que puede ser extensivo a la realidad andina.
Más aún, resulta una bienal que invita a ser degustada pausadamente, a recorrerla lentamente en el ánimo de que al entrar y salir de los espacios, quedes tocado por ellos. Una bocina péndulo del peruano premiado José Carlos Martinat localizada al centro de los Jardines del Inca en el Parque Pumpapungo, no deja de inquietarnos por las voces que atropelladamente se escuchan describiendo el pasado, el presente, el futuro; ninguna se repite jamás y la base sin el espejo que debía acompañarla, podría haber conectado y reconectado con el cosmos, una acción que de seguro se llevaba a cabo en épocas precolombinas. Cerca, muy cerca, tras recorrer el cautivante parque, entras a un torreón y te sientas en una cómoda mecedora mientras escuchas canciones de cuna cantadas a capela por Vanessa Freire, en el piso se proyecta en un círculo iluminado, una vez tras otra, la migración de aves que vuelven y se revuelven; del techo, a modo de hamacas penden miles de plumas que caen de vez en cuando recordándonos nuestros orígenes (Bruna Esposito, Italia).
O el poético recorrido que hace Oscar Santillán (Ecuador/Holanda) en su instalación-video que alude al desastre del equipo y su director ruso Sergei Bodrov Jr. enterrados en el 2002 por la caída del glaciar Kolka, durante la filmación de “El mensajero”. Santillán recupera una parte de la cinta y la pasa y repasa al tiempo que un violín reproduce una extraño sonido similar al del carrete o del inicio de un estruendo. Fugacidad sin límites…
Ante una Bienal tan espléndida, es desafortunado que esta institución municipal no haya logrado resolver en 30 años de operación, aspectos administrativo-logísticos claves como la apertura de las instituciones en fines de semana y otros que seguiré comentando.