Mañana, miles de mujeres -y ojalá lleguen a ser varios millones- en todas las latitudes dejarán de teclear en sus computadoras; de tomar buses o de manejar autos en dirección a sus oficinas; de pelar, picar, barrer, lavar, planchar; de poner una inyección o de firmar un documento que requiere ser procesado de forma urgente. Mañana, ¿cuántos hombres se sumarán -no haciendo huelga necesariamente- a esta protesta que reclama derechos iguales para todos? Esta pregunta no está hecha en tono desafiante, si no con sincera curiosidad; ojalá fueran muchos, fueran millones.
Las mujeres somos la mitad la población mundial. Eso quiere decir, como reza uno de los eslóganes de algunas de las organizadoras de la paralización que pretende ser mundial y masiva, que: “Si nosotras paramos, para el mundo”. Yo creo que tienen razón en su intención de parar el mundo, para obligarnos a imaginar otro orden posible.
Hay grupos que abogan porque esta sea una lucha solo de mujeres, en clave ‘mujeres vs. hombres’. Si logramos que sea de las mujeres ‘con’ los hombres, el camino puede ser más corto y más sencillo.
Hace unos meses conversaba con una historiadora sobre el voto de la mujer en Ecuador, que fue aprobado en la Constitución de 1928-1929, promulgada el 26 de marzo de 1929. Ella me hizo notar una curiosidad: el derecho a votar más que obtenido por la lucha de las ecuatorianas de la época fue un otorgamiento concedido por los políticos de ese momento.
La conclusión de algunas mujeres sobre este hecho es que ni siquiera eso nos dejaron hacer los hombres. Un proceso de esas dimensiones y con las consecuencias que tiene para cualquier sociedad no puede tener una sola lectura, y menos una tan simple. Esa es una; otra lectura podría ser que aquí convivían personas con sentido común -hombres, entre ellas- que sabían que no había razón para que la mujer no votara.
¿Por qué tendría que ser una desgracia que las sufragistas de este país no hayan tenido que ganarse a sangre y fuego el derecho a votar? ¿Por qué no podría ser más bien un buen signo? Es decir, la manifestación de que interactuábamos entre personas que no entendían la vida como una guerra de los unos contra las otras y viceversa. En esa época todos los diputados eran hombres, no había manera de que no fueran ellos quienes aprobaran el voto de las mujeres.
La situación es muy distinta hoy; las mujeres ya estamos en todos lados, reclamando lo que es justo, y no vamos a detenernos hasta que tengamos los mismos derechos y condiciones que los hombres. Pero por fuertes que seamos, solas nos tomará mucho más tiempo y esfuerzo. Por eso, para mí solo queda una pregunta, hecha sin un ápice de animosidad: ¿cuántos hombres están con nosotras, es decir, a favor de la humanidad?