La doctora Diana Salazar, Fiscal General del Estado, ha hecho un trabajo ejemplar en la investigación de la pandemia del delito que tiene contaminado al Ecuador, y ha logrado resultados que todos aplauden, pero que aún están incompletos. Para que su dinámico trabajo culmine exitosamente, se requiere que todos los elementos de la administración de justicia se fijen el mismo objetivo de depuración legal y ética que garantizará la imparcial e irrestricta aplicación de la ley para perseguir al delito y castigar al delincuente. Es indispensable asegurar la purificación de todo el aparato de la justicia, no sólo en la etapa de investigación y acusación, propia de la Fiscalía, sino en las de juzgamiento, sentencia y cumplimiento de la pena.
Con razón, la Fiscal General ha lamentado que muchas de sus investigaciones, suficientes para probar las acusaciones ante los jueces, se hayan visto frustradas porque éstos, por irresponsabilidad o intereses inconfesables, las han ignorado o han tomado decisiones tibias que han facilitado la fuga de los acusados. Por otro lado, salta a la vista, la conducta reprochable de quiénes abusan de los recursos previstos por la ley para ejercer la defensa de un acusado. Los requisitos de forma que garantizan el debido proceso deben ser respetados, pero no pueden servir para burlar la sustancia de un hecho ni para sacrificar, en última instancia, la justa aplicación de la ley. El debido proceso debe ser escrupulosamente cumplido, lo que contribuirá al fortalecimiento de los derechos humanos y conferirá mayor respetabilidad a la administración de justicia, pero los abusos de abogados convertidos en tinterillos, que juegan con la forma para burlarse del fondo de los hechos, tienen que ser observados y castigados por una administración de justicia que desea purificarse.
La delincuencia y el delito hay existido siempre en el país y en todas partes. Un ordenamiento social democrático debe preverlos y castigarlos. Pero cuando el delito llega a convertirse en un modus operandi normal, cuando se organizan sistemas ad hoc para facilitarlo, protegerlo y volverlo impune, cuando los “enloquecidos por el dinero” adquieren poder e influencia, el pueblo se siente desorientado primero y rebelde después.
La Fiscal General está identificando y persiguiendo a las mafias que se incrustaron en el Estado y en el sector privado durante el correísmo. Antes, confiadas y prepotentes, lucraban tranquilas; ahora el pánico empieza a desconcertarlas porque saben que la Fiscal General aplica la ley sin olvidar a la ética.
En la mitología clásica, Diana era representada con un arco en la mano, cuyas flechas acertaban siempre. Que las flechas de Diana Salazar sean veloces y mortíferas y que hieran el corazón mismo de la corrupción y los corruptos.