Lo que van a leer a continuación no es una columna de opinión, es un chillido de rabia y de impotencia. Ya no me cabe un milímetro extra de indignación, créanme. No doy más y no voy a dejar de chillar hasta que algo pase.
No se trata de preguntarse ¡qué he hecho yo para merecer esto!, sino de ver qué es lo que no estamos haciendo o estamos haciendo pésimo; qué es lo que les hace creer a los vividores que pueden seguir burlándose de nosotros. Restregándonos los millones que se llevan en desmedro de miles de personas que a veces no tienen ni para comer.
Personas que, por ejemplo, dependen completamente del Estado, de la plata que administran las diferentes instancias de los gobiernos central y locales. Como los niños de una casa hogar cuyas trabajadoras sociales han llegado a poner de su plata para comprar pañales (me lo contó una de ellas a mí); la otra opción es que los niños se desollen las nalgas por la escaldadura o que vayan como animalitos dejando caer su orina y sus heces al piso.
Como cada semana hay una novedad de los tejemanejes de quienes administran nuestro patrimonio, empecé a preguntarme, asqueada: ¡¿qué diablos les pasa?!, ¿por qué se ferian nuestra plata? La respuesta es obvia: Porque pueden. Y porque no les va a pasar nada.
Esa fue la conclusión a la que llegué cuando, luego del más reciente escándalo (entiendo que ya no sepan cuál, son tantos), un amigo me decía que todo radica en el poder que en algunos casos les hemos dado y en otros, con triquiñuelas y leguleyadas, han usurpado.
La reflexión de mi amigo iba por este lado: “Cuando tienes todo el poder es fácil robar sin dejar huellas. Tienes avión para sacar la plata en efectivo. Países amigos, tan corruptos como tú, para ocultarla. En fin, cómo probar que (…) es un ratero. Es descorazonador”.
Qué ganas tengo de plantarme al frente de cada uno de los rateros y gritarles, hasta quedarme afónica, Gimme the Power, de Molotov: dame, dame, dame, dame todo el power/ para que te demos en la madre…
Claro, ahora que lo verbalizo se vuelve evidente lo que hemos hecho pésimo: darles todo el power, para que hagan y deshagan. Y con nuestra plata, a costa del bienestar de miles que hay días que, repito, no tienen ni para comer, mientras los vivos conjugan, dichosos, el verbo coimear: yo coimeo, tú coimeas, él/ella coimea, nosotros coimeamos, vosotros coimeáis, ellos nos coimean.
Con el tinglado armado como está, hay poca esperanza de que algo se llegue a resolver y estos tipos y tipas vayan a la cárcel. Sin embargo, mi amigo dice que hay algo que aún puede pasar, incluso aunque tengan todo el poder. “Todavía hay una buena posibilidad de que caigan, algo muy verosímil. ¿Sabes cuál?”. “¡¿Cuál?!”. “Que se coman entre ellos”.
Ojalá, y que se mueran indigestados. (Ojo, me quedo chillando; ¿ustedes?).