Más de un millón y medio de personas convocadas a una manifestación en contra de la intolerancia, el terrorismo y en favor de la libertad de expresión. Jóvenes subidos a la hermosa estatua de La República blandiendo lápices gigantes, mientras otros ondeaban la bandera francesa, evoca a Mayo del 68. Cuarenta y tres jefes de Estado, entre ellos todos los de la Unión Europea y cerca de 100 representantes de alto nivel de países del resto del mundo, van abriendo la manifestación, se los ve tolerantes y receptivos, amables, comprensivos. Todos son Charlie, pero de verdad ¿Serán todos? No creo, ahí están alineados en primera fila, para la foto, un buen número de personajes que no se habrían tomado jocosamente una portada de la revista satírica. Ahí hay muchos que no solo no se habrían reído, si no por el contrario su enojo lo hubiera llevado a seguir juicios, perseguir o encarcelar a los autores de esas caricaturas irreverentes.
Es innegable sin embargo que este acto terrorista ha desatado una serie de respuestas sorprendentes, pero al momento es difícil adelantar cuáles serán las reales consecuencias. Al parecer los franceses se han reconciliado con su presidente, y se vio a Sarkozy junto a Hollande. También como estuvo Benjamín Netanyahu cerca del líder palestino Mahmud Abbas, algo que habría sido imposible de imaginar, solo unos días atrás. Pero ¿serán de verdad expresiones de una madurez política mundial, que demuestre un genuino deseo de dejar diferencias y tender puentes, resolver conflictos? O todo es parte de un oportunismo político y una especie de hipócrita manera de lavarse las conciencias, como afirma la ultraderechista y xenófoba dirigente del partido Frente Nacional, Marie Le Pen, quien no fue invitada a la marcha.
A nivel general el sentimiento de solidaridad ante un acto de barbarie de esa dimensión, suena auténtico, al menos como reacción inicial, pero los riesgos de que esto incremente los niveles de paranoia y xenofobia antiislámica son enormes. Y es que, un sector minoritario de fanatismo islámico como los yihadistas de París o peor aún los milicianos de Nigeria de Boko Haram que significa “la educación occidental es pecado” y con esta consigna primero asombraron al mundo con el secuestro de 276 niñas, y ahora lo horrorizan utilizando a niñas de 10 años como transportadoras suicidas de bombas que detonan en centros comerciales, no ayudan a hacer una clara diferenciación entre un grupo fundamentalista que actúa en nombre de una religión y una gran mayoría de sus practicantes que no está de acuerdo con la violencia, pero que sí van a ser los que paguen, justos por pecadores, pues van a ser señalados y rechazados y aun agredidos en una islamofobia creciente, como la que convoca Pegida los días lunes en Dresde.