Se proclama por ahí la urgencia de tener una ‘risibilidad de calidad’. ¿Calidad desde la visión sancionadora del poder o calidad desde una reflexión de parte de la audiencia? Santiago Roldós lo dijo con lucidez: censurar los programas que pueden resultar ofensivos para grupos discriminados no asegura la calidad, como sí puede hacerlo una mayor oferta. Así el público podrá escoger y pensar.
Y no es que los programas cuestionados sean defendibles. Es humor de bajo octanaje aquel que provoca carcajadas a partir de la estigmatización del diferente o se burla de lo que no entra en los rangos de lo que la sociedad acepta como normal en cuanto a conductas y apariencias. El verdadero humorista es aquel que nos hace pensar mientras sonreímos, aquel que también es capaz de burlarse de sí mismo.
Está bien que se pidan cambios. La declaración del Presidente de la FIFA de cero tolerancia para el racismo en el fútbol está muy bien como un ‘deber ser’ absolutamente respetable. Lo es también defender los derechos de las personas irrespetadas o discriminadas por alguna condición específica. Pero lo más importante es que también haya tolerancia de parte de quienes reclaman sus derechos.
Es errado pretender que se respete a los grupos cuyos derechos están envueltos en tabúes e incomprensión social desde el total prohibicionismo y la sanción, pues se trataría de la misma intolerancia que se critica a quienes no abren su mente para entender lo diferente y las opciones de vida de los otros. Nada mejor que aprender a ponerse en los zapatos del otro, de lado y lado.
Un modelo social que defiende lo presuntamente normal y no acepta lo diferente no puede ser combatido desde una visión radical. Pues, sin proponérselo, se puede llegar a coincidir con visiones que apuntan a controlar la libertad de expresión en nombre de su democratización. A propósito, es paradójico que mientras más se dice que se ha ‘democratizado’ la expresión, se escuche cada vez con mayor frecuencia un mensaje unívoco.
Es difícil sostener que hoy tenemos la misma o mayor libertad de expresar nuestras diferencias y nuestras opiniones que hace unos años. No solo en cuanto a los medios formales, sino en cuanto a los ciudadanos en general. Tenemos leyes que, combinadas con un ejercicio férreo del poder, hacen más difícil expresar las diferencias, discrepar, manifestar. Más aún, desde el poder se discrimina a quienes piensan o actúan distinto. Incluso nos hemos convencido de que votar por una opción diferente es antidemocrático o malo.
Si los grupos discriminados injustamente por la sociedad se ponen de ese lado, tendrán un respeto condicionado por la ley pero no interiorizado por la sociedad. De lo que se trata es de hacer una pedagogía colectiva para entender que la ‘risibilidad de calidad’ no se dará por decreto.