Aquel día de 1946, cuando Louis Réard lanzó en París un minúsculo traje de baño para las damas y al que llamó “biquini” nació uno de los símbolos de ese movimiento que transformaría a la sociedad contemporánea y al que se lo conoce como “liberación femenina”. Los parisinos de entonces, arropados aún con resabios victorianos, vieron asombrados en los escaparates de Champs Elisées aquella prenda que más tenía de extravagante taparrabo que de traje playero y no supieron qué apreciar más en ella, si la economía de tela que en su confección se había conseguido o la intención de su diseñador de dejar al viento tanta desnudez femenina. Muchos estuvieron de acuerdo con que esos trocitos de tela que pasaban por atavío femenino, prenda que mostraba casi todo y tapaba tan poco, era una verdadera bomba que, una vez lanzada, haría añicos los rezagos puritanos que aún constreñían la presencia de la mujer en la vida de la sociedad.
Aquel mismo año, el mundo aún no salía de su estupor ante la realidad de la bomba atómica, apocalíptico invento que en 1945 había demostrado su destructivo poder en Japón. Pues bien, en la curiosa mente de Monsieur Réard, su invento estaba destinado a ser otra bomba. Ello explica el porqué del nombre escogido para su sofisticado taparrabo, pues si Bikini se llamaba aquel atolón del Pacífico Sur donde EE.UU. hacían sus ensayos atómicos, biquini se llamaría también esa otra bomba que destapaba el cuerpo femenino y cuyos efectos se siguen sintiendo hasta ahora y ya van 70 años.
No cabía duda, una apasionada búsqueda de libertad marcaba a esos años. En 1947, por primera vez en Francia se permitió a la mujer ejercer el sufragio. En 1949, Simone de Beauvoir publica su libro ‘El segundo sexo’: un análisis acerca del papel de las mujeres en la sociedad. Habló de la “trampa” de la maternidad y el matrimonio. Una conclusión se hizo entonces evidente: la mujer no guarda ninguna envidia del pene como había malpensado Freud. Había surgido el pensamiento feminista que caracterizará a la segunda mitad del siglo XX.
Ese mismo año, Alfred Kinsey publicó un estudio acerca del comportamiento sexual de los estadounidenses y en el que develó verdades de las que nadie había querido hablar. El sexo ya no podía verse únicamente en función de la procreación. Toda la cultura moderna estaba dirigida al goce del cuerpo y los sentidos. Los gobiernos se plantearon políticas demográficas. Para el control de la natalidad se inventó la píldora anticonceptiva. Otra bomba. Haz el amor, no la guerra cantaban los jipis tras el humo de marihuana.
Y así llegamos a los años 60, cuando Úrsula Andress, la chica Bond en el filme ‘El Dr. No’, surge del mar con un biquini blanco y un cuchillo colgando de su cintura. Tal imagen llegó a convertirse en un ícono que resume toda una tendencia de estos años destinada a reivindicar las libertades de la mujer en medio del complejo mundo contemporáneo.
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