A lo largo de estos diez últimos años Rafael Correa y su maquinaria propagandística se especializaron en construir enemigos.
Para llegar al poder, Correa y su equipo de publicistas apelaron a la figura de la partidocracia para estigmatizar a todos los políticos y partidos. Al elaborar ese discurso hábilmente posicionaron a Correa como el refundador de una nación destruida por las clases dominantes y los poderes fácticos. Así se justificó la reforma política a través de la Asamblea Constituyente.
Cuando el enemigo no existe es preciso construirlo, escribió el ensayista italiano Umberto Eco. Correa llevó al extremo esta premisa con los medios de comunicación, especialmente luego de que en los tres primeros años de su gestión la prensa denunciara las relaciones de funcionarios de su gobierno con las FARC y los contratos de su hermano Fabricio con el Estado.
En ese contexto debe leerse la aprobación de la Ley de Comunicación a mediados del 2013, cuando Alianza País ya consiguió controlar las dos terceras partes del Legislativo.
Con los años el repertorio de enemigos fue creciendo. Ecologistas infantiles, llamó a sus antiguos aliados que se opusieron a la política extractivista de recursos naturales, cuya protección él enarboló cuando se redactaba la Constitución de Montecristi. Como pelucones, satanizó a los representantes de las clases adineradas…
Los banqueros no han escapado a las arremetidas. Precisamente, en este momento, previo al inicio de la campaña hacia la segunda vuelta, Correa construye nuevamente un enemigo de ocasión: Guillermo Lasso, el candidato banquero, uno de los supuestos responsables del feriado bancario. En esta estrategia el fin justifica los medios. No importa que se tergiversen los hechos y se polarice al país. Incluso que se ponga en riesgo el sistema financiero. Todo vale para debilitar la imagen del oponente. Hoy ese libreto también es replicado por el candidato Lenín Moreno, devenido en un confrontador vehemente.