Como bien es sabido fue Miguel Bakunin, revolucionario ruso, quien fue el mentalizador, en la segunda mitad del siglo XIX, del anarquismo: “Doctrina que propugna la desaparición del Estado y de todo poder”. Sus seguidores fueron liquidados por los soviets al instaurarse un Estado totalitario. En Cannes, en la cumbre de presidentes del G-20, es al anarquismo del siglo XXI al que se refería Cristina Fernández, presidenta de Argentina: “Lo que estamos viviendo, señores, no es capitalismo. Esto es un anarco-capitalismo financiero total, donde nadie controla nada”. Días antes, en la cumbre de presidentes iberoamericanos que tuvo lugar en Paraguay, el Presidente ecuatoriano, el señor Correa, arremetió contra la representante del Banco Mundial, negándole el uso de la palabra en un foro en la que tantas víctimas había de las políticas de ajuste que fueron recomendadas por el mencionado organismo internacional con las consecuencias desastrosas que se produjeron.
¿De quién recibe órdenes el Banco Mundial? Hace dos años, Federico Mayor Zaragoza, ex director de la Unesco, se manifestó en los siguientes términos ante una audiencia llegada a Madrid desde numerosas playas: “Fondo Monetario Internacional, una organización que durante décadas ha estado al servicio de los más poderosos y ha sido incapaz de evitar o paliar el desastre que se avecinaba. Lo mismo en el caso del Banco Mundial”.
Los más poderosos en los países más poderosos a los que se refirió el presidente Obama en su discurso de posesión cuando señaló que la codicia y la irresponsabilidad, sin freno, de unos pocos llevaría a descontrolar el mercado y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece solo a los ricos. Los ricos en EE.UU., los que dirigen corporaciones, los anarquistas de gran coturno, los que brincarían de contento ante un Estado reducido a la mínima expresión. Sueño compartido por nuestros anarquistas de medio pelo.
Cuando el socialista François Mitterrand llegó a la Presidencia, en 1981, se le vio virginal: el país de la Revolución Francesa, el que proclamó los derechos del hombre y del ciudadano, el de la igualdad y la fraternidad, no podía continuar engrosando sus arcas con las utilidades provenientes de la industria farmacéutica –de la muerte, junto a las que fabrican armas-. Debió caerle el mundo encima. No volvió a tratar el tema.
Hasta el momento, demediada y todo, se mantiene la decisión del presidente de Estados Unidos. Los anarquistas del Congreso no le han dado tregua. Imparable, hasta que el planeta se chamusque, la producción de artefactos destinados a la defensa y en la que participaron numerosas corporaciones anarquistas ¡Dios salve al presidente Obama! Que no caiga en el silencio. Que los Presidentes iberoamericanos continúen pronunciándose.