La idea, la metáfora, lo que haya detrás de la crasa realidad; esto querrían rescatar los simbolistas franceses guiados por la poesía de Charles Baudelaire y más tarde la de Moreas. Obsesión por capturar la esencia del universo amenazado por el materialismo, el “progreso”, y entablar un efectivo diálogo con lo más profundo del ser humano y su historia. Eran los años de 1880. Desde el cafetín bohemio con la ayuda de lo que llamaron los paraísos artificiales -la morfina por ejemplo- poetas y artistas, músicos y actores, emprendieron la tarea de rebatir lo que estaba en marcha, y lo hicieron desde distintos lugares no solo de Europa sino de la América siempre atenta al modelo.
Entonces se creaba una primera comunidad lectora. Empezaron a circular decenas de revistas y periódicos ilustrados; la fotografía, un aliado indiscutible de estas nuevas comunidades, el foxtrot, la luz, la boutique, el ferrocarril… la locura. La locura de saberse atrapados en un maldito, galopante e imparable mundo del consumo al que tendrían acceso solo unos pocos.
La modernidad se colaba en signos visibles y lo hacía desde su mejor aliado: la ciudad. Tocarla desde sus exteriores e interiores fue la consigna. Y América Latina se abrió al nuevo modelo. Ecuador o Bolivia lo hicieron con esfuerzo, su acendrada religiosidad colonial aún vigente, sus amplias poblaciones indígenas iletradas y marginadas, la falta de vías de comunicación, pero lo hicieron…
En medio, la Primera Guerra Mundial. Caían las exportaciones con Europa, la modernidad y su abanico de manifestaciones culturales -el mentado Simbolismo o el Modernismo- en marcha e instaladas cómodamente en México o San Paulo. La crisis tocó a la puerta; había que mirarse hacia dentro, buscar caracterizar su identidad propia, indagar en el “Alma mía”, en el alma nacional. Entre 1900 y 1930 lo hicieron en España, Argentina o Ecuador. Rodó en su “Ariel” alertó sobre el dominio creciente de Estados Unidos; Rubén Darío impactó al mundo con “Azul…”.
La historia ha sido poco contada seguramente por lo sexy que resultaría el posterior período de denuncia social, Guayasamín a la cabeza. Develar este maravilloso período, riquísimo, desde el humor, la visualidad religiosa o la muerte; ha sido nuestra tarea (junto a Rodrigo Gutiérrez) en los últimos 4 años. Este es un sorbo de lo que proponemos como curadores de “Alma mía.
Simbolismo y modernidad en Ecuador 1900-1930″, una ambiciosa exposición desplegada en 7 sedes y producida por más de un centenar de personas, desde la Fundación Museos de la Ciudad. Se abre el lunes en el Museo de la Ciudad y el Centro Cultural Metropolitano y lo que más deseamos es que los visitantes la recorran repensando nuestra propia (pos)modernidad, cien años más tarde, tan apocalíptica como entonces.