Por apresurada que fuere, una visita a un país nuevo es una caja de sorpresas. Ni bien se llega a Corea del Sur, los ojos empiezan a llenarse de imágenes y con suma facilidad se explica por qué razón, hace dos décadas, lo ocurrido en este país se llamo ‘El milagro del río Han’.
Un aeropuerto de lujo recibe al visitante. Es considerado uno de los mejores del mundo. Para ir a la ciudad las autopistas de primer orden y la doble nomenclatura nos hablan solas de la condición de ‘primer mundo’ de esta Corea que surgió de las cenizas de una guerra devastadora y fratricida.
Y, poco a poco, las vistas de la ciudad lo van confirmando. Varios puentes grandes unen a la urbe separada por el río. Rascacielos con sugerentes y audaces diseños arquitectónicos hablan de la visión retadora de esta sociedad y también de su riqueza material que se acumuló, no sin mucho sacrificio.
Horas de estudios, dedicación a fondo desde la escuela, horarios terribles frente a los libros, desde la mañana temprano hasta la noche, obligaron a millones de coreanos a sentir el rigor de no disfrutar del abrazo de los padres, dedicados por entero a trabajar de sol a sol, mientras los hijos se quemaban las pestañas.
Corea no estuvo ausente de las tremendas secuelas de la Guerra Fría. Mao y Stalin la codiciaron y lograron hacerse de una parte importante de su territorio. Hoy, años después, la dictadura dinástica de Corea del Norte sume a su pueblo en la opresión, la falta de libertad y la pobreza, mientras su Ejército muestra la arrogancia desafiante de su poder nuclear.
El contraste es evidente. Al sur del paralelo 38, que divide a las dos Coreas, hay prosperidad y progreso. Al norte, las sombras del sistema que ha sobrevivido a la Perestroika, la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín.
Corea del Sur es una potencia naviera, sus autos se venden por todo el mundo, lo mismo que sus televisores de pantalla plana. Su tecnología ya está a la cabeza como las mejores del planeta. La Primera Ministra de Australia, en el Foro de Jeju, lo sentencio: ‘La tecnología de Corea es la envidia del mundo’.
Jeju, por ejemplo, una isla que miramos “a vuelo de pájaro”, cuenta con unas carreteras ejemplares. Es una de las maravillas naturales del mundo y el turismo atrae visitantes, no solo de la Corea continental sino, de manera especial, de Japón y China.
Todavía quedan muchas horas de reuniones y aprendizaje para un grupo de periodistas donde colegas de África, de varios países árabes, Europa, China y América se juntaron en una especie de “Naciones Unidas” pero con armonía, en una cita convocada por la Korea Fundation (Fundación Corea).
Pero la primera lección, más allá del grado desarrollo de este país admirable, es la cordialidad de su gente, su hospitalidad, su educación y buenas maneras que se expresan, además en su gastronomía rica. La cara de un país limpio que se quiere a sí mismo y se muestra abierto a los demás.