El Ecuador se encuentra inmerso en la segunda fase del proceso que culminará, el 2 de abril próximo, con la elección del nuevo presidente. Es oportuno, entonces, recordar algunos valores que deben guiarnos en el ejercicio responsable del derecho a elegir.
El voto es la expresión más directa y esencial de la democracia. Cada voto cuenta cuando se trata de construir un proyecto común de vida, basado en tradiciones y valores que la sociedad, como artífice del futuro de la raza humana, deja en herencia a sus hijos.
El estado existe, no para oprimir a las personas, sino para facilitarles el cumplimiento de sus aspiraciones, con irrestricto respeto a sus derechos y libertades. Hay que elegir, por lo tanto, no a quienes tienen la vocación de tiranos autoritarios, sino a ciudadanos honestos y probos, auténticamente demócratas. Hay que saber distinguir entre un demagogo populista y un sobrio hombre de estado.
“Un pueblo que elige a corruptos no es víctima: es cómplice” dice la sabiduría popular. Cuando se avanza a paso de tortuga en la investigación de la corrupción rampante, el pueblo empieza a sospechar que “el gobierno no puede combatir la corrupción porque la corrupción es el gobierno”.
El Papa Francisco sentenció que “quien lleva a casa dinero ganado con la corrupción, da de comer pan sucio a sus hijos”. El gran humorista Bernard Shaw decía: “Los pañales y los políticos han de cambiarse a menudo…y por los mismos motivos”.
Quienes queremos que el Ecuador cambie y retorne a la práctica de la ética y el respeto a la ley debemos evitar la repetición de los errores que nos han llevado a la confrontación y a la crisis que ahora vivimos. Martin Luther King decía, con su acostumbrada elocuencia: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que si me preocupa es el silencio de los buenos”.
Los buenos, que en el Ecuador son abrumadora mayoría, deben hablar fuerte e impedir, con su voto, que se prolongue el proceso de sistemática destrucción de la democracia y las libertades, el proceso divisionista que ha fomentado y lucrado de las luchas de clase entre hermanos, proceso en el que los usufructuarios del poder “han empobrecido a la gente para que luego, ofreciéndoles dádivas, voten por quienes los hundieron en la pobreza”, como dijo el Papa Francisco.
Todos sabemos que el ejercicio del poder corrompe, pero debemos también recordar que someterse al poder degrada. El ciudadano responsable no puede aceptar ni la corrupción, ni la impunidad y, por lo tanto, no puede defender al corrupto, ni menos elegirlo.
Es necesario que quienes participan en la lid política reflexionen sobre la regla de oro que nos legara Aristóteles: “La felicidad de una nación se facilita cuando sus dirigentes dan prueba diaria de virtudes”.