Los medios de prensa internacionales mostraron la imagen paternal del presidente Hugo Chávez dando unas palmaditas a un niño pequeño, de no más de seis o siete años, que se le acercó para entregar en sus manos un papel escrito por su madre, en el que narraba que su hermanito había muerto por causa de la violencia que azota ese país.
El Mandatario se mostró sorprendido, no solo por el hecho de que el infante logró sortear las barreras de seguridad para llegar lo más cerca del hombre más poderoso de Venezuela, sino por el hecho de que los temas de la violencia y la inseguridad no son prioridades para los políticos.
Durante la semana anterior se registraron episodios extremadamente violentos que quedaron registrados en Twitter por víctimas de asaltos, intentos de secuestros o testigos de homicidios. Una modelo decía que a ella y a su anciano padre los encañonaron con una pistola para robarles a la entrada de su casa.
Mientras tanto, el Consejo Electoral fijaba fecha para las próximas elecciones con un año de anticipación. Los políticos comenzaban a calentar la lengua, a hacer méritos o por lo menos guardar las apariencias con su mejor y sonriente cara de ángel. Lo único que importa son los votos, pero a la ciudadanía, que todos los días debe cruzar las ciudades de un lado a otro, su única preocupación es la violencia.
Para el poder político, aquí y allende las fronteras, la prioridad se traduce en captar votos y más poder. Chávez se sorprendió por el reclamo del niño, Evo Morales enviaba a su tropa de choque a reprimir una marcha de personas con discapacidades físicas. El poder y la autoridad por sobre todas las cosas.
Se despliegan caravanas para cuidar a las autoridades en sus desplazamientos diarios de un sitio a otro. Dentro de los buses, donde viajan los ciudadanos, la inseguridad campea, los teléfonos celulares pasan de un bolsillo a otro, no hay a quien reclamar.
Mientras tanto, ese tan querido pueblo, invocado como santo porque aporta con votos, está desprotegido, las sombras de la noche cubren la huida de los delincuentes, las casas parecen ahora fortalezas de fierro, los pobladores se protegen con alarmas, botones de pánico, levantan barricadas de alambre de púas en algunas urbanizaciones.
La seguridad privada sustituye la labor policial. Policías municipales y nacionales se unen, pero para vigilar que nadie circule en día de pico y placa y la detención en los semáforos es una buena ayuda para que los delincuentes asalten a los conductores.
Lo que tanto ha costado ganar se pierde en un abrir y cerrar de ojos. La justicia también se presta para los juegos políticos, no responde a las demandas del soberano, como denominan cínicamente al pueblo los políticos. Mientras tanto, la justicia…¿de qué me hablan?