La mejor manera de aliviar tensiones, meditar y relajarse es pescando. Eso es lo primero que hace Narciso Mina cuando se encuentra agobiado. Sale directamente del estadio Monumental al Trinipuerto, en la Isla Trinitaria, populoso sector en el sur de Guayaquil.
Allí, el delantero de 30 años toma su hilo nailon, compra una libra de camarones y se pone a pescar. Con fortuna atrapa corvinas, róbalos y roncadores, los peces que suelen nadar por esa zona. Siempre va en compañía de su hermano menor, Santos Mina, quien esta temporada tuvo poca fortuna en el club Rocafuerte guayaquileño, de la Serie B que descendió a la Segunda Categoría.
En malos días, en cambio, con su anzuelo atrapa bagres y tamboleros (peces que se inflan al rascar sus barrigas), que suelta de inmediato. “Lo importante es que en ese momento puedo meditar lo que está bien y mal en mi vida. Es un instante íntimo de tranquilidad”, argumentó el ariete, que dio sus primeros pasos en el fútbol en el Barcelona.
Su afición por la pesca se originó en su infancia. Su padre, Duilio Alfredo Mina, se dedicaba a la pesca hasta antes que falleciera (un capítulo en su vida que no quiere recordar ni mencionar). Mientras que su madre, Digna Emérita, recogía conchas. Así, el pequeño Narciso siempre los acompañaba a realizar esta labor.
“Nunca he pescado con caña, no creo que podría. Lo mejor es sentir con la mano cuando pica el pez, ninguna sensación se le parece”, afirma el futbolista nacido en San Lorenzo, pero criado en la Trinitaria, de Guayaquil.
Esa afición la mantuvo incluso cuando ya era futbolista profesional. La realizó cuando estuvo en el Manta, club en el cual brilló en el 2008 como goleador de la Serie B, con 25 tantos, y hasta en Independiente del Valle, con el que fue el artillero del año pasado con 28 conquistas. En este caso, Mina viajaba al menos una vez al mes a Guayaquil.
Patricia Quiñónez, su esposa, es su cómplice en esta actividad. Ella confirma que cuando llega a casa con pescado, ya no tiene que comprar pescado en el mercado ni en los centros comerciales.
La fama y el dinero que ha acumulado en su paso por el fútbol profesional le permitió dar estabilidad a su esposa y a sus dos hijos, Noemí y Adrián. Con los primeros salarios que ganó en Barcelona adquirió una casa propia en el sector de Samborondón. Maneja un Hyundai Santa Fe blanco del 2007. No posee un carro más lujoso o del año porque está consciente de que no siempre jugará fútbol. “Es bueno invertir para el futuro”, aseguró. Esto lo motivó a realizar inversiones en otras propiedades y negocios.
Mina tiene ahora 30 años. No se lamenta haber empezado un poco tarde en el fútbol profesional porque disfruta al máximo cada suceso en las canchas. Su hermano José (32 años) fue uno de los que lo vinculó al fútbol cuando tenía 11 años. Él le insistió para que se probara en los clubes de Guayas. Hasta antes de ese instante, Narciso se divertía solo en las calles de la Trinitaria con la pelota de trapo y los zapatos de lona, en el conocido indorfútbol. “Mi hermano era hábil con el balón. Era un show en la calle”, recuerda el mayor de los Mina.
Fue así que ‘Nacho’ se inició en las divisiones menores del ‘Ídolo’. Entre los tres hermanos hicieron un juramento, que al menos uno de ellos llegaría a ser exitoso. Narciso se inició como volante y hoy es un gran goleador y un ‘pescador de ilusiones’, como le dicen sus amigos.
Su futuro está en México. América lo quiere y ya hizo su propuesta. Él ahora quiere disfrutar de sus goles y de su hobbie de pescar.