Resulta difícil comprender la lógica de funcionamiento del mercado de autos usados en el Ecuador, especialmente en los ámbitos menos formales. En este país se da el curioso caso de que los vehículos de segunda mano -algunos de ellos de una antigüedad considerable y en condiciones generales cuestionables- tienden a subir de precio o a mantenerse estables en cifras elevadas, en lugar de hacerse cada vez más asequibles.
¿Cómo entender que un SUV del año pueda perder unos USD 2 000 de su precio de venta al público por el solo hecho de salir del concesionario, mientras que un compacto con 25 años de antigüedad no baje de los USD 6 000? En mercados más maduros, la ley de la oferta y la demanda determina pisos y techos para los valores de todos los productos, incluidos los autos. No obstante, en Ecuador parecería que la fijación de precios obedece más a la voluntad de los especuladores que a criterios técnicos basados en condiciones reales.
Pero la más o menos reciente incursión de empresas como representantes de marcas y concesionarios especializados en ese negocio apunta a reducir las distorsiones. Ello le daría seriedad a una actividad que hoy en día llega a ser disparatada.