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La situación es la siguiente. Gustavo Costola discute con sus vecinos sobre la permanencia del chileno Jorge Valdivia en el Palmeiras de São Paulo.
Los vecinos decían que se pueden conseguir mejores jugadores de América del Sur por un costo menor. Gustavo tiene 19 años y trabaja en el negocio de la familia desde hace tres años.
Su ascendencia es italiana, esta ciudad fue en algún tiempo imán de migrantes de todo el mundo. A pesar de la discusión, Gustavo no perdía la sonrisa con sus clientes a quienes preparaba una caipiriña y unos sánduches de mortadela con queso.
Vaya sánduches, son gigantescos y tienen tanta mortadela que se hacen interminables. Costola trabaja en el Chopp do Portão 5, del Mercado Municipal, un sitio que tiene que visitarse para decir que ha estado en São Paulo.
En su local tiene una televisión para ver los partidos del Mundial. El martes vistió la camiseta de Brasil con el nombre de Hulk en la espalda, es torcedor de su país, pero sabe que Holanda y Alemania son más favoritas.
Lo dice con humor y a riesgo de que sus vecinos -cuyos rostros son menos amigables- escuchen.
Lo que sí dice con orgullo es que sus sánduches de mortadela son los mejores del mercado. La receta no es compleja, pan, bastante mortadela y queso; todo caliente.
Al llegar a São Paulo la imaginación básica propone comer algo típico de la ciudad: un sánduche de mortadela suena poco atractivo, pero la propuesta trae un interés de por medio, el lugar para conseguir este platillo está en un mercado, uno de esos mercados que son la excepción de la desorganización.
São Paulo es una ciudad de cielo cuadriculado: se levanta los ojos al cielo y se ven muchos edificios altos, cuyos techos dan la idea de que el cielo está hecho de legos.
Esa idea cuadriculada cambia en el Mercado Municipal Paulistano, en especial con unos vitrales con temas agrícolas y agropecuarios. Los colores de los vitrales alemanes combinan con las miles de tonalidades de los productos que se expenden.
Y si hay diversidad de colores también hay vendedores que atraen con gritos a los visitantes, que por estos días son de toda nacionalidad.
Dentro del centro de abastos hay ambiente futbolero, en el resto de la ciudad no se siente tanto; São Paulo es tan grande que hasta un Mundial parece imperceptible.
Aquí viven unos 20 millones de habitantes y son de todos lados de Brasil y del planeta. Hay un barrio italiano, un portugués, un español, un japonés.
São Paulo es una ciudad industrial, punto de encuentro de la economía, por algo tiene calles que emulan al Wall Street neoyorquino.
Tanta diversidad hace que uno encuentre comida de cualquier origen. Aparte del sánduche de mortadela, también existe la tentación de unas empanadas de queso o de bacalao. El sánduche cuesta USD 8 dólares.
A unos pocos minutos cerca de las 16:00, Gustavo Costola empieza a cerrar su local. Sus vecinos con los que discutía sobre fútbol ya se fueron.
Él trabaja ahí desde las 06:00 y aunque dice que al día hace unos 1 500 reales (unos USD 700), dice que eso no es suficiente para vivir. Cierra su negocio y va a ver el fútbol con una sonrisa, por haber preparado unos sánduches de mortadela para unos ecuatorianos.