La medallista de oro en BMX, Mariana Pajón, en el podio de Río 2016. Foto: Fazry Ismail/ EFE
No sonaron cumbias ni vallenatos por los altavoces, pero tampoco era necesario. Durante algunas horas, el complejo olímpico del ciclismo BMX fue Colombia, unos cuantos metros cuadrados del país cafetero trasplantado al corazón de la ciudad carioca gracias al oro de Mariana Pajón y el bronce de Carlos Ramírez.
Desde las tribunas teñidas de amarillo hasta el fervoroso canto del himno, cuando la bandera ya flameaba en lo más alto del mástil y la medalla de oro colgaba del cuello de Pajón, hubo fiesta colombiana en Río de Janeiro. Y pudo ser algo más si Carlos Oquendo, bronce hace cuatro años, no se hubiese caído en la última manga de las semifinales para así quedarse afuera de la carrera decisiva. “La primera medalla fue algo inesperado, todavía recuerdo que estaba en el podio y me preguntaba qué estaba haciendo allí. Pero la segunda ya es increíble“, dijo una exultante Pajón tras lograr su segundo oro olímpico consecutivo.
Sus palabras llegaron después de que besó, abrazó e hizo varias ‘selfies’ con sus padres, hermanos, primos y su novio, todos emocionados por el logro de una jovencita de 24 años que concentra una energía desbordante en sus 50 kilos, y que no se quita la sonrisa ni para correr.
Un rato antes, en la muy elogiada pista del parque Deodoro, la ciclista no había dejado dudas. Ganó las tres mangas de las semifinales, llegó con el mejor tiempo a la carrera por las medallas y le sacó 340 milésimas de ventaja a la estadounidense Alise Post, todo un mundo para una competición que se define en 34 segundos. En el último cajón del podio quedó la venezolana Stefany Hernández, lo que dio un sabor aún más sudamericano a la prueba. “La clave fue competir cada vuelta contra mí misma, para mejorar mis tiempos. Así que solo fue cuestión de salir siempre con una sonrisa, dar lo mejor de mí y dejar que fluyera la energía”, señaló Pajón con su habitual simpatía.
La bicampeona olímpica, hija y hermana menor de corredores de BMX, es todo un personaje. No le niega una foto a nadie, se abraza con quien quiera saludarla e irradia simpatía a cada paso. “Me sentí muy bien corriendo aquí, con una pista verde como las montañas de Medellín y las tribunas todas amarillas. Me sentía como en casa”, indicó. Y la comodidad se fue notando serie tras serie. En una tarde accidentada, con varias caídas en las distintas mangas, Pajón corrió siempre adelante, alejada de problemas y roces, marcando distancias con su pedaleo frenético y el perfecto control de su bicicleta en cada salto y cada curva.
Su padre, Carlos Mario Pajón, asegura que entrena todos los días del año. “Ocho horas diarias, en invierno y verano, los sábados y domingos, incluso cuando nos vamos de vacaciones, y el resultado es esta felicidad”, comentaba a cuanto micrófono se le acercara.
Pero no fue Pajón el único motivo de felicidad colombiana en la pista de Deodoro. El bogotano Ramírez tampoco se quedaba atrás en sus expresiones de alegría. Y no era para menos, porque vivió su día de suerte. Esos caprichos del azar que esta vez le jugaron claramente a favor.
El ciclista colombiano chocó con el alemán Luis Brethauer en la última serie de semifinales, pero salió mejor parado, pudo levantarse y concluir la prueba. Y como con anterioridad Oquendo y el suizo David Graf también habían acabado por los suelos, llegó quinto a la meta y se pudo meter en la gran final. Allí quien se cayó fue el australiano Anthony Dean, ganador de todas sus series y máximo favorito al oro, y Ramírez aprovechó el hueco: remontó desde bien atrás, se acomodó en una posición expectante hacia la mitad del recorrido, aceleró en la recta final y sobre la raya aventajó al estadounidense Nicholas Long por cinco milésimas de segundo. “Esto es una locura, lo más grande que he hecho en mi carrera deportiva”, afirmó en pleno éxtasis. Ramírez dudaba entre dedicar el bronce a sus padres, que estaban en las tribunas, a Bogotá, o a su país, pero al final se lo dedicaba a todos por igual. “Cuando estás ahí adentro no hay tiempo para pensar nada, solo poner todo para alcanzar la meta. Quería esta medalla ahora, no tener que esperar cuatro años, y he conseguido colgármela, no puedo irme más feliz”. En las gradas, la fiesta seguía siendo amarilla.
Colombia es la reina del BMX, lo había demostrado en Londres y lo ratificó en Río 2016. Todo indica que será muy difícil bajarla del trono.