Fotos: Marcos Vaca Morales
Los hinchas abandonaron el Maracaná, el gigante se quedó sin el público que disfruto (y sufrió) del partido de Ecuador y Francia. Al Maracaná le dicen el templo del fútbol por tantas hazañas que han ocurrido en la cancha y en sus graderíos, también es un templo de tristezas para los menos favorecidos por los dioses del fútbol.
En el gramado no hubo una gesta victoriosa de Ecuador digna de titulares de ancho de página. Pero en las afueras del estadio, ya cuando los franceses se cansaron de celebrar, ocurrían pequeños triunfos inolvidables de esta Copa.
Los detalles son de Dios, dice algún escritor, pero para encontrar esos detalles se debe estar en el sitio adecuado. Así le pasó a
Víctor Nganzo. Al terminar el juego llevaba una bufanda de Francia colgada en su cuello y a José Bastidas se le ocurrió la idea de entregarle la camiseta de la Selección ecuatoriana. Nganzo estaba sorprendido, pero aceptó el trueque de ambos tesoros.
El ecuatoriano solo pidió que se dejara tomar una foto, muestra de hermandad. Sellé el trato tomando la foto para los dos y Nganzo, de origen canadiense, pidió que tradujera para Bastidas un mensaje: “Si intercambias la camiseta de tu Selección, también intercambias el corazón”. Me abrazó como si yo también le debiera un tesoro. Me dio su email para que le enviara la foto.
Su fue, Bastidas recibió el mensaje y se contesto.Todo esto ocurrió en el monumento a los campeones del Mundo de 58 y 62 donde los grupos de extranjeros acordaron encontrarse como si fuera el Atlas del Atahualpa.
El flujo de torcedores cayó. Ya había más ecuatorianos que esperaban un bus que locales. Mauricio Chávez también empezó a repartir sus alegorías ecuatorianas sin conocer a los extraños. La bandera ecuatoriana cayó en manos de Sonia Sagachy.
Es indescriptible la alegría que le significó el gesto. Se tomó fotos con la familia de Mauricio y su propia familia. Su esposo llegó más tarde y le contó que logró un triunfo impensado, un ecuatoriano le dejaba su bandera.
Ella es del barrio de Jacarepagua, a una hora del Maracaná y solo llegó a curiosear los exteriores del estadio porque no pudo entrar al fan fest de Copacabana. “Qué alegría”, decía cada dos minutos y la sonrisa no se borraba de ella.
Conversaron cómo viven el mundial, cómo la gente de Río es amigable y como el Mundial les permitió conocer a unos ecuatorianos en la calle, como si el destino hubiese querido que Ecuador sea eliminado para ellos lograr el tesoro de una bandera.