La tarde del 2 de abril del 2008, Vanessa Arauz recibió una llamada a su celular. Era Jorge, su papá. La llamaba para pedirle que prendiera el televisor y sintonizara el programa ‘De Campeonato’ que transmite Canal Uno.
Uno de los reporteros de esa estación entrevistaba al ex futbolista Juan Carlos Burbano y a Ángel Flores, rector del Instituto Superior del Fútbol (ISF) de la Ecuafútbol. Faltaba un día para que iniciaran las clases en ese Instituto y los personajes advertían sobre el cierre de las inscripciones.
Esa era la oportunidad que Vanessa esperaba para convertirse en técnico de fútbol. Pero tenía el tiempo en contra. Las inscripciones ya estaban cerradas.
Después de ver el reportaje la joven, de 21 años, empezó a recopilar todos los recortes de periódicos y las fotos en las que aparecía durante su etapa como futbolista, en un equipo femenino de Emelec y en el de la Asociación de Fútbol No Amateur de Pichincha (AFNA).
Al día siguiente Vanessa, con sus recortes organizados en una carpeta, pidió una cita para hablar directamente con Flores. Él la recibió en su oficina y le dijo que justamente ese día empezaban las clases… Que era tarde y que debía esperar hasta agosto que empezara el otro semestre.
Vanessa no se dio por vencida. Insistió tanto hasta que, según cuenta, el rector del Instituto le pidió a su secretaria que revisara si había cupos disponibles en las clases nocturnas. Todo estaba lleno, pero minutos antes uno de los estudiantes de la clase matutina había llamado para anular su inscripción. “Ubíquenla ahí”, recuerda Vanessa que dijo el académico, mientras revisaba los recortes de periódicos y las fotos en las que ella aparecía.
La temperatura alcanzaba los 30 grados la mañana del jueves pasado en uno de los camerinos de la cancha de la Federación Nacional Deportiva del Ecuador (Fedenador). El argentino Juan Urquiza, ex técnico de equipos como Macará, Emelec y Técnico Universitario y profesor de tácticas y estrategias del ISF, dirigía una clase sobre el ‘pressing’ (acción conjunta que intenta reducir los espacios de juego del adversario).
Vanessa estaba lista para exponer cuál era su estrategia para presionar al rival. Era la única mujer entre cerca de 20 hombres y pese a eso conservaba su característica voz de mando. De su cuello colgaba un pito azul y un cronómetro negro y con su mano derecha sostenía un tablero en el que había dibujado una cancha de fútbol.
Su propuesta era sencilla. La jugada que había planteado era un saque de arco y su estrategia consistía en situar a sus jugadores en la cancha rival antes de que se reanudara el juego. “Con eso pretendo que el rival tenga poco espacio para salir con la pelota dominada”, explicaba la joven estratega, mientras Urquiza y sus compañeros la observaban con atención.
Parecía una charla técnica. Sobre una pizarra de tiza líquida saturada por rayones de marcadores de negros, verdes y rojos intentaba dibujar su estrategia. Cuando escuchaba un murmullo en el ambiente dejaba de hablar y esperaba la atención total de sus interlocutores.
Jorge Ballesteros, ex futbolista y su compañero en el Instituto, cuenta que Vanessa tiene un carácter “que explota repentinamente”. Urquiza lo confirma, pero la defiende porque “le gusta que le presten atención y cuando uno de sus compañeros no lo hace, ella tiene la facultad para sacarlo del aula de clases”.
Su gusto por el fútbol lo fomentó Raúl Ortega, primo hermano de su papá. Él recuerda que Vanessa era “ágil para dominar el balón y arriesgada a la hora de marcar”. Ortega fue, además, quien la ayudó a ingresar a Emelec y luego a continuar su etapa como futbolista en el equipo que representaba a Pichincha.
Después, a los 14 años, observó por televisión un partido entre la Selección femenina de fútbol de Estados Unidos y la de Australia. Eso la impulsó para que se dedicara a esta actividad.
En la Selección de Pichincha, ella jugaba en un equipo conformado por hombres y mujeres. Su papá cuenta que en una ocasión desde las gradas del estadio de Aucas, en el sur de Quito, le gritaron que buscara la cocina luego de cometer un error de marca. Pero dos minutos después ella le dio el pase a uno de sus compañeros para que marcara el tanto del empate. Jorge Arauz recuerda que se levantó de su lugar y llamó a quien había criticado a su hija. “¿Si ve a esa niña’”, le preguntó. “Es mi hija y estoy orgulloso de ella”, le dijo después.
Arauz tiene tres hijas. Vanessa es la segunda y la única que se interesó por el fútbol. Alexandra, su hermana mayor, se inclinó por el trabajo social y a Adriana, la menor, le interesan el diseño de modas y el turismo.
Vanessa no usa maquillaje y tampoco bisutería. Los orificios de los lóbulos de sus orejas están cerrados, pues desde los cinco años dejó de usar aretes debido a la infección que le generaba usar pendientes que no fueran de oro. Su peinado es siempre una cola de caballo que recoge cuando entra al campo de juego. En sus ojos solo se coloca sombra y los delinea levemente.
Sus antecedentes
En 1998
Ingresó a un vacacional de fútbol en Fedeguayas. Dos meses después Carlos D’ E stefano la llevó a Emelec.
En el 2003
Se trasladó a vivir a Quito con su familia. Ese año empezó a jugar en el equipo mixto de AFNA, en el que se quedó hasta el 2007. En la foto aparece en un entrenamiento.
En el 2008
Ingresó al Instituto Tecnológico Superior del Fútbol. El 13 de enero se graduó de entrenadora técnica.