Una larga fila de personas salió del The Corner Pub Quito y rodeó la esquina de la av. Amazonas y José Calama, en el norte de la ciudad. El trencito bailaba y cantaba en medio de las miradas de los curiosos que transitaban por el lugar. Muchos aprovecharon para tomar fotos con sus celulares.
Así, un grupo de holandeses residentes en Quito celebró el triunfo de su país sobre Uruguay, 3-2, que significó la clasificación a la final. “Que venga Alemania, queremos revancha”, dijo Leo Emiel Segier, propietario del bar, nacido en Bélgica, pero que respalda decididamente a Holanda, por ser un país vecino.
Había trabajado como floricultor y tuvo mucha relación con holandeses, lo que lo hacía sentir como uno más de ellos. Con esa consigna inauguró el bar el 11 de junio, el mismo día que empezó la Copa Mundo. La afición acudió poco a poco y ayer asistieron aproximadamente 100 aficionados. Se estima que en la capital viven cerca de 500 holandeses.
En la Embajada de los Países Bajos en Quito recomendaban este bar a aquellos que querían seguir a su selección con sus compatriotas, un sitio para identificarse. “Antes no había dónde concentrarnos. Ahora este es el sitio ‘orange’”, dijo Eva Merkx, de 30 años, quien fue con su hija Julia, de 4. Eva es rubia, de ojos azules. Su nena es de tez trigueña y cabello ensortijado.
Ella está casada con el ecuatoriano Christian Chalá, de ascendencia afroecuatoriana, quien no pudo ir por estar en el trabajo. Vive en el país desde hace siete años. Su mejor amiga, Daniela Van De Ven, también reside en Quito. Apoya a su país, pero tiene un afecto por Ecuador. Admira al volante Édison Méndez, quien jugó en el club PSV Eindhoven.
Decorado con pequeñas banderas triangulares azul, blanca y roja de Holanda en las paredes, el color naranja en las lámparas colgantes, las cervezas de ese país estaban dispuestas en el refrigerador congelándose para saciar las gargantas sedientas.
En su mayoría es gente vinculada a la floricultura (productores o exportadores) que llegó a Ecuador por actividades comerciales.
El ambiente se asemejaba al que se vive en los estadios europeos. En cada ataque de la ‘Naranja Mecánica’, en los parlantes instalados en las esquinas superiores sonaba una fanfarria, una especie de grito de guerra, que culminaba con la exclamación en holandés: “Ataque”.
Mientras que en los goles, retumbaban canciones referentes a la selección ‘naranja’, que entonaban como si fuera el himno nacional. Algo parecido a lo que cantó en su momento Damiano por Ecuador, pero con un toque más europeo.
Un aficionado, que lucía un sombrero negro adornado con un trapo naranja, gigante y corpulento, fungía de director de barra frente al televisor.
El triunfo estaba asegurado. “Queremos vengarnos de esa final de 1974, cuando la perdimos con los germanos”, dijo Leen Klaassen. Él se abrazó a sus compatriotas y golpeó su botella de cerveza con ellos, antes de unirse al colorido trencito humano.