Es un karma. África nunca puede celebrar en paz su máximo torneo de selecciones. En el último, realizado hace dos años, separatistas de Cabinda dispararon contra el bus de la delegación de Togo y mataron al responsable de comunicación, Stanislas Ocloo, y el entrenador adjunto, Abalo Amelete.
En el presente torneo, la fiesta africana ya fue empañada por los violentos disturbios que ocurrieron en Guinea, cuando se fue la luz mientras jugaba la Selección guineana con Ghana, el anfitrión. Un militar guineano murió asesinado mientras que una multitud incendió la sede de la empresa eléctrica de la ciudad de Kinda.
Esto se suma a los desmanes en Port Said, Egipto, que dejaron más de 70 muertos luego de un cotejo entre el Al Masry y el Al-Ahly, además de mil heridos de gravedad. Hay tintes políticos en este acto de violencia.
África es una gran paradoja. Sus futbolistas son muy cotizados en Europa y sus copas son sumamente vistosas. En esta página está un álbum de los hinchas en los estadios.
Pero el fútbol africano también tiene un componente trágico, debido a los grandes contrastes de pobreza y riqueza de sus países.
Su máxima expresión se vive en Guinea Ecuatorial, el país co-anfitrión, gobernado por un dictador llamado Teodoro Obiang, uno de los más represivos del mundo y que malgasta los recursos petroleros.
Hubo críticas cuando se designó a esa nación como sede junto a Gabó, debido a la represión que existe contra quienes se oponen a Obiang, que gobierna desde 1979. Su hijo Teodorín es ministro y también dirigente de fútbol.