¿Qué tal estudiante fue?
Lamentablemente, soy uno de los chicos que no disfrutó de la infancia, de los juegos. Tuve que trabajar desde pequeño junto con mis cuatro hermanos. Vendía leche y cortaba monte en una finca.
Me pagaban 20 000 a 30 000 sucres por hectárea. Así, con el aporte de todos, nos pagamos los estudios y alcancé hasta cuarto curso, cuando llegué a Emelec. Allí, Omar Quintana, a quien siempre le agradeceré, me ayudó a terminar el colegio.
Pero, ¿qué tal sus notas?
Era complicado sin una figura paterna. Uno se rebela y cree que es dueño del mundo. Un tiempo no quise estudiar, pero luego mi mamá me hizo entrar en razón. Yo vivía en Bellavista (Esmeraldas) y con el apoyo de Henry Tor, un infante de marina, con quien ella se casó, no me perdí con gente mala.
¿Tenía bomberos o no en la libreta?
Ni tanto, porque cuando te cuestan las cosas no las echas a la basura. No era el becado el colegio, pero sí me esforzaba para llevarle un 17 o 16, no bajar de 15 de promedio.
Aunque tenía una conducta irregular de 13 (se ríe). De niño era travieso y terrible. Más era defensor de mis compañeros, de las chicas… y eso me llevaba a tener una conducta inapropiada (bromea).
Y en el colegio Luis Tello de Esmeraldas ¿cómo era?
Era inquieto. Allí seguí mecánica industrial y ya en la universidad, cuando intenté seguir estudiando se me hizo muy complicado, seguí ingeniería en sistemas. Después, ya me tocó estudiar solo en casa con la ayuda de mi esposa y de mis hijos.
¿Y si no hubiera alcanzado la meta de ser jugador?
No lo sé, seguramente estuviera trabajando en Esmeraldas, en el puerto… O seguiría vendiendo leche (bromea y suelta una carcajada). Pero, muy agradecido a doña Bolivia, mi mamá, que lidió con cuatro hijos tras la pérdida (fallecimiento) de mi papá.
Fue una mujer ‘verraca’. Aunque mi papá quería que yo fuera doctor, tenía ganas de verme de blanco.
Lo bueno es que tuvo gente que lo ayudó a mantenerse alejado del camino de la perdición…
¡Uf!, por supuesto que sí. Mi mamá y don Eulogio Quinteros, quien impidió que fuera un pandillero más, que estuviera en las calles. Él me aconsejó, me ayudó, me formó. También vivo agradecido con él.
Ahora, ya con una situación económica diferente, sin decir que es millonario, cómo se siente…
(Ríe) Hasta ahora a veces me cuesta llevar el alimento a la casa. Pero de lo que yo más disfruto es de mis hijos, de mi esposa, de mis hermanos, del fútbol. Desde que salí de Barcelona, estuve vagando dos años en la Serie B.
Ahora disfruto como un juvenil nuevamente en Primera. Adoro los comentarios de mis hijos, aunque hoy me deben estar odiando porque perdimos.
En la infancia siempre se sueña con el juguete imposible por los costos. ¿Cuando ya tuvo dinero, se dio algún gusto?
Claro que sí. Yo siempre amé y amo hasta ahora los carros a control remoto. Desde pequeño me llamó la atención. Siempre en el barrio hay algún niño que tiene más dinero que uno.
Mi amigo Daniel Ballesteros tuvo lo que quería y yo lo veía llegar con sus carritos. Pasó el tiempo y cuando recibí un sueldo importante en Emelec, lo primero que hice fue comprarme muchos carros a control remoto, llegué a tener como 20. Jugaba con 17 años y fantaseaba. La gente me decía que yo era un bebé (y suelta otra carcajada).
¿Y hasta qué edad jugó con ellos?
No pues, ya llega un punto en que la madurez y la novia te hacen cambiar. Mi ahora esposa, con quien llevo 14 años, me hizo tocar la madurez. Después llegaron Joaquín y Adrián (sus hijos) y las cosas cambiaron. Ya hubo otras perspectivas.
Pero, mientras recibí mis primeros sueldos en Emelec, me di los lujos que no pude tener durante mi infancia.
¿Y qué pasó con esos carros? ¿Son herencia de sus hijos o ya ‘marcharon’?
Ahora jugamos con mis hijos con otros juguetes. Yo compré esos carros en 1999, cada uno de esos costó como un millón de sucres, pero me la jugué por tenerlos.
A mis hijos también les encanta los nuevos carritos a control remoto, pero además jugamos con el X-Box, con otros juguetes… realmente somos tres niños en la casa (sonríe).
¿Su esposa no se enoja porque le quita los juguetes a sus hijos para entretenerse usted?
No, porque hay tiempo para disfrutar y compartir con ellos. Mi esposa se merece su espacio aparte, me gusta hacerla sentir bien, tenerla contenta, que sienta que es la reina del hogar.
¿Cómo la conquistó?
¡Uy!, me costó un montón. La correteé como tres meses a Jéssica, por Dios. Recuerdo que ella recién había obtenido su título de ingeniera agrónoma. Tenemos una compañía llamada Ecuafumigaciones, que nos sustenta cuando la cosa se pone peluda (risas)… pero me costó conquistarla, porque era un poco mayor que mí. No te voy a decir su edad, y eso me hizo madurar más rápido.
¿Cuál detalle fue el que la terminó de convencer?
La enamoré con salsa, con Gilberto Santa Rosa. Allí pisé el acelerador a fondo.
¿Bailando o cantando?
Bailando y cantando, ahí ese día me dije: esta mujer es la que quiero, la madre de mis hijos… y desde entonces la tengo a mi lado. Le llevo ramos de flores, la llevo a un hotel para que la atiendan. Dicen que el motor de la casa es la mujer, y yo creo que es ella, mi catedral.
¿Qué valora ahora de sus logros, en relación con su infancia?
El tener estabilidad para mi familia, que mis hijos no sufran lo que yo padecí. Me gusta tenerlos a todos a mi lado. Trato de tener siempre cerca a mi mamá Bolivia, aunque a ella le cuesta mucho quedarse por el frío de Quito.
Rorys Aragón Su biografía. Nació en Esmeraldas, el 28 de junio de 1982. Tiene 31 años.
Su trayectoria. El arquero de Deportivo Quito jugó en Emelec, El Nacional, Standard Lieja de Bélgica, Diyarbakırspor de Turquía.
El momento que más atesoro es cuando le dije a mi hijo Joaquín, vamos de vacaciones a Ecuador (jugaba en Béliga) y me dijo no papá, aquí tengo mi novia. Él ahora habla tres idiomas”.