Si le hacemos caso a aquella frase del Pacho Maturana, “se juega como se vive”, pues no debería asombrarnos la aguda crisis de gestión que está pulverizando al fútbol ecuatoriano. ¿Acaso los ecuatorianos no están viviendo de la misma manera, apelando a la tarjeta de crédito, al cortoplacismo, al fío, a la promesa de pago, porque ya mismo aparecerán los clientes?
¿Acaso el país, al final del día, no deja de acostarse pensando en cómo amanecerá el precio del petróleo, el único y verdadero elemento que lo determina todo? ¿Acaso hoy mismo no hay entidades públicas que no pagan a sus proveedores, incluso los internacionales? ¿Acaso no contemplamos con infinito amor e infinita indiferencia el despilfarro? ¿Y acaso todo esto no está justificado por un fin superior?
En el fútbol está pasando lo mismo, en una fatal convergencia de errores. Con la idea de conquistar el fin superior de ser campeones, los dirigentes (que no son dueños del equipo en el estricto sentido pero que actúan como si lo fueran) prometen sueldos exagerados y esperan que la taquilla sea alta. Pero, como el mercado no responde y solo uno puede ser campeón, a la larga falta liquidez. Por alguna extraña razón (¿formativa?, ¿genética?), casi ningún dirigente calcula esos extraños rubros como los impuestos, el IESS y las divisiones formativas.
Entonces se apela a la camiseta de los jugadores, que aguanten, que ya mismo llega un crédito de un mecenas, que lo dejen todo en la cancha. Y, al final del año, los dirigentes han huido, los jugadores no han cobrado y todos son más pobres.
Estamos tan mal que ya ni ser campeones sirve. Miren al último, que en menos de un año pasó del fervor popular al papelón de siempre: demandas, juicios perdidos y huelgas. Miren al penúltimo, la misma cosa.
Se juega como se vive. Qué verdad tan dolorosa.